Columna publicada en La Segunda, 16.08.2017

Si el Congreso ya despachó el proyecto de aborto —ahora enfrenta su última etapa en el  TC—, es fundamentalmente por la insistencia del  Gobierno. Y como gobernar es priorizar, el hecho exige una reflexión. Después de todo, aún no hay reforma a la educación superior (la gratuidad depende de una glosa), acerca del Sename ni siquiera se quiso aprobar un informe (ni hablar de una reforma integral al  sistema), las pensiones recién aparecen en los descuentos, y así, suma y sigue; pero el aborto sí tuvo preferencia.

El  fenómeno es llamativo, además, porque la Nueva Mayoría construyó su épica y su discurso a partir de una crítica radical contra el individualismo que corroería nuestra sociedad. Entonces, ¿cómo explicar la prioridad de un proyecto que subordina ni más ni menos que la vida de un ser humano especialmente vulnerable e indefenso a la decisión individual de otra persona? ¿A qué se debe tamaña inconsistencia?

De seguro hay varios motivos que subyacen al  protagonismo otorgado al aborto, pero uno importante se ubica en el plano de las ideas políticas. Según muestra el reciente libro colectivo “El derrumbe del otro modelo. Una reflexión crítica” (IES­Tajamar, 2017), las notorias dificultades que sufrió el  programa de transformaciones de esta administración remiten en último término al diagnóstico e ideas que lo sustentaron, y lo ocurrido con el aborto no es la excepción. En rigor, aunque parezca paradójico, se trata de una consecuencia previsible de la curiosa visión de los derechos sociales que lo inspiró.

En efecto, el régimen de derechos sociales que dibujaron los ideólogos del programa de gobierno no sólo exagera y simplifica la dicotomía Estado­-mercado en desmedro de la sociedad civil, idealizando al primero y caricaturizando al segundo. Además, tal como subraya Matías Petersen en el libro referido, dicho régimen asume —más allá de la retórica— una concepción de la realización o plenitud de cada persona rigurosamente individualista, en tanto no reconoce auténticos bienes comunes ni respecto de la vida ni de ningún otro ámbito de la condición humana. Nada de extraño, entonces, que a la hora de enfrentar casos difíciles prime la voluntad individual y no el propósito de resguardar la dignidad de todos los involucrados. Vaya superación del neoliberalismo.

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