Columna publicada en El Líbero, 11.07.2017

Karina Oliva, vocera del Frente Amplio, anunció que como conglomerado recurrirán a tribunales para impedir la circulación del polémico “bus de la libertad”, cuya campaña internacional critica la ideología de género y su impacto en la educación. El fenómeno es digno de atención por varios motivos.

Por de pronto, confirma ciertas tendencias que experimenta la izquierda a lo largo del orbe (autores como Jean-Claude Michéa han analizado agudamente el fenómeno). Si antes los herederos de Marx enfatizaban la lucha por la justicia y la igualdad, hoy abrazan en forma acrítica las banderas de la diversidad, sin advertir que éstas suelen entrar en tensión con la protección de los más débiles y vulnerables (su defensa del aborto con argumentos individualistas es el ejemplo paradigmático). Si se quiere, el género ha desplazado a la clase como categoría fundamental de la izquierda política, y el Frente Amplio no se ve demasiado incómodo con esa transformación.

Pero el afán de prohibir el bus de la discordia no sólo manifiesta las categorías dominantes en la nueva izquierda. Paradójicamente, el hecho pone en tela de juicio su real apertura a la diversidad. Desde luego, el famoso bus no parece muy persuasivo ni estratégico, y no faltará quien lo considere agresivo (aunque, ¿son agresivas u odiosas las frases del ejemplar chileno?). El punto es que una cosa es discrepar del contenido de una idea y otra bastante distinta perseguir el cese de su difusión. El debate sobre los límites de la libertad de expresión es complejo y de largo aliento, pero dados los bienes en juego (libre circulación de las ideas y crítica al ejercicio del poder político), el estándar para impedir una determinada campaña —el bus o cualquier otra— es sumamente exigente. En ese sentido, ¿qué razón de peso podría esgrimir el Frente Amplio para justificar su ánimo de censura? ¿Cómo calza ese ánimo con la constante referencia al pluralismo y la diversidad que se observa en sus discursos? ¿De qué manera, en fin, se explica tamaña inconsistencia entre sus palabras y sus acciones?

La coalición de Gabriel Boric y Giorgio Jackson debiera tomarse en serio esas interrogantes, porque —la verdad sea dicha— esta no es la primera ocasión en que muestran severas dificultades para aceptar la existencia de posiciones diferentes a las suyas, pese a invocar hasta el cansancio el pluralismo, la diversidad y la democracia. Por dar sólo algunos ejemplos, cabe recordar que desde sus tiempos de estudiante Jackson busca eliminar los aportes del Estado a la Universidad Católica (si no me gusta un determinado ideario, no merece recursos públicos, parece ser la consigna); y que varios miembros del Frente Amplio han aceptado, cuando no promovido, una discriminación arbitraria y con tintes clasistas al permitir únicamente al cirujano responsable objetar la eventual práctica de un aborto (si un arsenalero o una matrona discrepa de la opinión dominante, mal por ellos, aunque atente contra su conciencia).

Así, aun cuando desde Aristóteles sabemos que “la polis es una cierta multitud”, a los muchachos del Frente Amplio —más allá de la retórica— les resulta extremadamente difícil lidiar con la pluralidad inherente a toda sociedad humana. En un reciente programa radial, Carlos Peña afirmó que acá no estamos en presencia de un movimiento de masas, sino más bien de una “pequeña burguesía con autoconciencia de vanguardia”. Pero si los argumentos van a ser reemplazados por las censuras estatales, ni siquiera les alcanzará para eso. Después de todo, han pasado casi 200 años desde que Alexis de Tocqueville advirtió los peligros del Estado tutelar.

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