Columna publicada en Pulso, 14.06.2017

No es ninguna novedad señalar que la agenda de este año estará marcada por las elecciones presidenciales, que ya comenzaron a desplegarse de la mano de las campañas de las primarias, en Chile Vamos, por un lado, y el Frente Amplio, por otro. Además de un eslogan, palomas en las calles y franjas televisivas, se espera que los distintos candidatos ofrezcan a la ciudadanía un programa y una visión que permitan articular y orientar propuestas ante los variados desafíos que enfrenta la sociedad. Con esa información a la vista, la ciudadanía debería elegir a aquel candidato que exhiba un mejor diagnóstico, priorización y solución de dichos problemas.

Sin embargo, este ejercicio, propio de la democracia, presenta ciertos inconvenientes. Por de pronto, la existencia de voto voluntario y de primarias suele ser un incentivo para que el discurso de los candidatos se concentre en los votantes duros, aquellos que se levantarán el día domingo aunque juegue la selección. Esto resulta problemático por diversas razones: allí donde se necesitan propuestas razonables, graduales y viables técnicamente, muchas veces se privilegiarán las salidas más unilaterales al consenso y el diálogo constructivo y razonado. Evitar esto, requiere de una especial responsabilidad y seriedad de parte de los candidatos.

Asimismo, las necesidades de los votantes no necesariamente coinciden con las principales urgencias sociales. Aunque se trata de una dificultad común a muchas democracias occidentales, el hecho es que termina afectando principalmente a los más vulnerables que, como sabemos, son los que menos participan en las elecciones, especialmente después de la introducción del voto voluntario (el motivo exacto de por qué sucede esto debe continuar siendo explorado).

Muestra de ello es lo que sucedió a este Gobierno, que en no pocas ocasiones se preocupó más de obtener el apoyo de ciertos grupos de interés, como la Confech o la CUT, que de legislar considerando el bien común de todos los estudiantes y trabajadores. La política exige mediación, y esto requiere a su vez de herramientas conceptuales y técnicas que permitan llevar adelante esa tarea en forma adecuada.

Por supuesto, no se trata de ignorar las necesidades de las clases medias, sino de compatibilizar dichas necesidades con las de los sectores más vulnerables y excluidos. En este sentido, la opción preferente por los más débiles no sólo se sustenta en un principio de justicia. No podemos pretender ser un país verdaderamente desarrollado mientras existan millones de personas que no tienen una vida digna ni oportunidades que les permitan surgir, desplegar todas sus potencialidades y ser auténticamente libres. Cualquier otro camino no es más que una ilusión de desarrollo.

Recordar lo anterior es muy relevante, sobre todo cuando ciertas propuestas programáticas tienden a poner todo el peso de las soluciones en el Estado. No se trata de desconocer la importancia del Estado para hacerse cargo de dramas tan importantes como los de los niños y niñas del Sename y en general de las personas más pobres, que sin duda requieren prioridad política por parte del Gobierno, así como recursos e iniciativas legislativas.

Pero no debemos olvidar la importancia de la sociedad civil en la solución de estos dramas sociales. La sociedad civil ha mostrado que su participación es indispensable si queremos afrontar seriamente los problemas en forma profesional y eficiente. Por ello, una propuesta política a la altura de las circunstancias exige involucrarla de mayor y mejor manera en la solución de nuestras dificultades más acuciantes.

Por lo demás, para construir una sociedad integradora, con mayores niveles de cohesión social y de confianza entre las personas, no basta con pagar impuestos y esperar que el Estado lo solucione.

Esa alternativa promovida por parte de la izquierda deshumaniza la sociedad, destruye el tejido social y genera una sociedad más individualista. A fin de cuentas, la única manera de propiciar una sociedad más solidaria es proteger y promover aquellos espacios en los que se cultivan la generosidad y otras virtudes de esa clase. Y aunque el Estado puede hacer mucho para apoyar dichos espacios, jamás podrá reemplazarlos.

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