Columna publicada en Pulso, 17.05.2017

El proceso de primarias de Chile Vamos y el Frente Amplio permitirá a la ciudadanía conocer las ideas y propuestas de buena parte de las candidaturas presidenciales. Es importante centrar el debate público en esas propuestas, más que en las consignas de campaña o mayor o menor carisma de tal o cual candidato.

Aunque no faltan quienes quieren obviarlo, nunca está de más recordar que los programas de gobierno son importantes. La mejor muestra de ello la tenemos en el actual Gobierno de Bachelet. Podrá ser criticada por falta de manejo político o por promover reformas inadecuadas para el país, pero no por abandonar el programa. El Gobierno ha tratado de dar cumplimiento a su hoja de ruta y, guste o no, ha sido bastante exitoso desde esa perspectiva. Aunque no necesariamente han sido buenas para el país, las reformas tributaria, educacional y laboral ya son una realidad.

El ex Presidente Sebastián Piñera, principal candidato de Chile Vamos, dio a conocer hace unos días las bases programáticas que, junto con el trabajo de sus diversos equipos, se transformarán en su principal apoyo a nivel de ideas y propuestas en caso de volver a La Moneda.

Estas bases, fiel al estilo de Piñera, cuentan con una serie de medidas concretas que tienen como prioridad el crecimiento económico, la seguridad pública, la educación, la salud y las pensiones. Prioridades que coinciden con las de la ciudadanía y, por lo tanto, parece una selección correcta. Sin embargo, hay algunos aspectos ausentes que deberían ser considerados en los meses que vienen.

En primer lugar, el documento de Piñera reconoce que existe cierto descontento en la ciudadanía, pero lo atribuye únicamente a las malas reformas de este Gobierno. Ese análisis olvida el descontento que también existió en su administración y que le trajo serios problemas a la hora de gobernar. Si Piñera no cree en la tesis según la cual el malestar es expresión directa del rechazo de la presencia del mercado en la provisión de ciertos bienes públicos, entonces tiene que recurrir a una tesis alternativa. Entre otras opciones posibles, cabe considerar el diagnóstico de Carlos Peña.

En su opinión, parte del malestar es consecuencia del ideal meritocrático, fruto de la modernización capitalista: el problema de Chile sería que nuestra sociedad no ha estado a la altura de sus promesas, es decir, no hemos logrado que el esfuerzo personal sustituya a la herencia como elemento decisivo del destino de cada cual. A esos jóvenes que marchan no los irritaría la desigualdad en sí misma, sino las desigualdades inmerecidas. Otra tesis alternativa es la que sugiere Daniel Mansuy hacia el final de su comentado libro “Nos fuimos quedando en silencio” (IES, 2016): el principal problema de Chile es la falta de comunidad. De un tiempo a esta parte se han deteriorado en demasía la nación, la ciudad, la familia; todo aquello que permitía a los individuos generar identidad y sentido de pertenencia.

Desde luego, también es posible simplemente desechar la existencia de un malestar. En cualquier caso, un diagnóstico claro debería iluminar el programa y las propuestas de quien aspira a ser Presidente.

En segundo término, el futuro Gobierno debe hacerse cargo de la actual crisis de la política. Piñera tiene credenciales democráticas incuestionables y ha mostrado preocupación por consolidar nuestra democracia, por lo que no puede ser indiferente ante los bajísimos niveles de participación electoral y de confianza en el Congreso, el Gobierno y los partidos políticos. En este plano, tiene una enorme oportunidad de liderar un proceso de renovación institucional que, entre otras cosas, pueda incorporar nuevas instituciones y mecanismos que den espacios de participación ciudadana y ayuden a legitimar nuestra democracia.

Finalmente, el programa de Piñera puede marcar una clara diferencia entre una agenda de izquierda que mira hacia el pasado y un proyecto político que mire hacia el futuro. Eso significa, por de pronto, no centrar las propuestas en desarmar las malas reformas, sino en pensar el desarrollo de Chile del siglo XXI. Implica, entre otras cosas, tener una regulación laboral moderna y flexible, que se haga cargo de las nuevas relaciones de trabajo que hemos visto surgir con aplicaciones como Uber o Airbnb. En educación, más allá de la discusión sobre qué institución debe proveer educación y los mecanismos de financiamiento, es importante reflexionar sobre las formas en que se está enseñando en los colegios y universidades. Pese a los avances tecnológicos y la infinita información disponible en internet, se sigue enseñando de la misma manera que hace varias décadas, y peor aún, sin fomentar el debido involucramiento de los padres y apoderados. Además, sabemos que muchas profesiones y oficios dejarán de existir, y eso requiere anticiparnos y entregar herramientas que permitan enfrentar los nuevos desafíos. En cuanto a la economía y la matriz productiva, mucho se ha dicho sobre la necesidad de diversificarla para no depender de las materias primas y en particular del cobre. El Estado y el mercado en conjunto pueden y deben vislumbrar qué áreas de la economía desarrollar las próximas décadas que tengan como eje central la innovación.

Si el ex Presidente Piñera tiene un diagnóstico preciso de la situación actual y propuestas claras para el futuro, podrá liderar el debate no sólo en estas elecciones, sino en los próximos años. Sus bases programáticas son un buen primer paso, pero sin duda queda camino por recorrer.

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