Columna publicada en La Tercera, 19.03.2017

“La Presidenta miró a Chile desde arriba”. La frase, pronunciada por Alejandro Guillier en Valparaíso, es llamativa por varias razones. Por de pronto, sorprende el modo en que el candidato radical se desmarca del que ha sido su propio gobierno, y cuyos proyectos ha apoyado. Aunque sus motivos electorales son evidentes -después de todo, esta administración bate records de impopularidad-, hay algo que los políticos no deberían perder de vista (y Guillier, por más que le pese, es uno de ellos). Uno de los motivos que explican el bajísimo prestigio de los partidos y de la clase dirigente es precisamente su falta de coherencia. Un futbolista podía decir que no estaba de acuerdo consigo mismo, pero la cuestión es más delicada para quien aspira a presidir Chile. El largo camino para reconstruir la credibilidad de los hombres públicos -indispensable para gobernar un país cada vez más complejo- pasa por asumir las responsabilidades.

De más está decir que la acusación debe haber sido especialmente dolorosa para la Mandataria, pues ataca el núcleo más íntimo de su legitimidad: su perfil cercano y horizontal que, hasta muy poco tiempo atrás, ni sus más enconados críticos se atrevían a cuestionar. Que un candidato oficialista esté dispuesto a poner en duda ese núcleo, al sugerir que su cercanía es mera apariencia, prueba bien que la Mandataria ha perdido todo control sobre lo que se avecina. Y es también un muy buen síntoma de la prodigiosa desorientación que reina al interior de la Nueva Mayoría.

Con todo, la frase tiene otro aspecto relevante. Si Guillier acusa a la Mandataria de verticalidad, es porque busca abrir su camino: él quiere encarnar aquella horizontalidad que en Michelle Bachelet se reveló falsa. Guillier, el hombre de hablar cansino, que conoce como nadie a las audiencias y cuyas frases suelen ser tan vacías como meticulosamente construidas, sería el elegido para entregarnos aquello que la Mandataria, a fin de cuentas, no pudo ni supo ofrecer. Resulta curioso cómo los políticos llevan años persiguiendo esa quimera -basta pensar que ya el primer gobierno de Bachelet se nos vendió como “ciudadano”-, sin percatarse cuán profundamente los afecta en su legitimidad y capacidad política. ¿Para qué diablos querríamos políticos horizontales, que no creen en su propia misión?

En la dedicatoria del Príncipe, Maquiavelo intenta convencer a Lorenzo de Medicis que la lectura de su libro es útil para un gobernante. Para lograrlo, ocupa la siguiente figura: yo, dice sutilmente el secretario florentino, poseo una perspectiva que usted no tiene ni puede tener, pues miro desde abajo aquello que usted solo puede mirar desde arriba. Se trata de un momento inaugural en la política moderna: de allí en adelante, muchos gobernantes vivirán obsesionados por deshacerse de la condena implícita en la dedicatoria del Príncipe. Maquiavelo era consciente de que dicha aspiración es un espejismo, pues el poder político siempre implica alguna jerarquía; pero también sabía cuán útil resulta un espejismo bien manipulado. La pregunta es, desde luego, cuán consciente es Alejandro Guillier de esta dimensión: si acaso es víctima de la ilusión, o si -cual prestidigitador maquiavélico- nos quiere hacer caer en ella.

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