Columna publicada en La Tercera, 25.01.2017

El progreso humano no es una lucha entre la ignorancia y el conocimiento que vaya ganando progresivamente el segundo. El conocimiento humano es como un círculo que se expande sobre el plano de la ignorancia, cuya expansión amplía también nuestra consciencia respecto a lo que ignoramos. Por eso el progreso es, básicamente, un aumento progresivo de la complejidad del mundo.
Lo paradójico de esta situación resulta muchas veces abrumador para el ser humano. Es por eso que el desarrollo tiene mucho de decepción: siempre imaginamos, ingenuamente, que los países desarrollados tienen menos problemas, cuando lo que en realidad tienen son problemas propios de países desarrollados. Es decir, problemas mucho más difíciles de resolver.

Para salir de este shock de complejidad, muchas veces optamos por reducirla mediante la ignorancia deliberada. Así, aplicamos una extraña versión de la “navaja de Ockham”, también llamada “principio de parsimonia”, y suponemos que la explicación o propuesta más sencilla, sean cuales sean las condiciones, debe ser la correcta. Esta es la “navaja de Twitter”. Con ella, los fenómenos pasan a ser explicados regularmente mediante chivos expiatorios y las soluciones suelen adquirir la forma de una bala de plata.
La “navaja de Twitter” y la idea de “posverdad” van de la mano. ¿Por qué voy a preferir una explicación compleja que no entiendo y que no distribuye con claridad las responsabilidades, por sobre otra que es fácil de entender e identifica sin problema a los culpables? Es mucho más molesto pensar que un florecimiento de algas es producto de un fenómeno sistémico de alta complejidad como el calentamiento global, que identificar como culpables a las salmoneras y proponer como solución cerrarlas. Y la segunda opción es mucho más fácil de comunicar.

Con los incendios forestales que comenzamos a enfrentar todos los veranos pasa algo similar. Es fácil y poco exigente pensar que se trata simplemente de incendios intencionales (ciertos sectores apuntan a los grupos extremistas mapuches) o bien que las culpables son las empresas forestales, sin más. Y, claro, la solución, además de aviones gigantes chorreando agua, sería “mano dura en La Araucanía” o “no más forestales”. Y bueno, siempre que quede margen para proponer estatizar o privatizar algo como solución, también saldrá la idea al ruedo.

¿Cómo podremos, en un contexto así, ponernos de acuerdo en soluciones que estén a la altura de la complejidad de los problemas que enfrentamos? Es difícil ser optimista al respecto. Especialmente cuando líderes como Maduro o Trump muestran lo lejos que están dispuestas a llegar las personas desesperadas con tal de sentir que la solución a todos sus problemas es un asunto de mera voluntad y convicción.

Sin embargo, es en situaciones así cuando el pensar, nos dice Arendt, se convierte en una forma de acción que libera, al combatir la irreflexión, la capacidad humana de distinguir y de juzgar. Capacidad que, “en los raros momentos en que se ha llegado a un punto crítico, puede prevenir catástrofes”.

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