Columna publicada en El Líbero, 13.12.2016

Repensar lo público como espacio de todos es uno de nuestros desafíos políticos más relevantes. Esta discusión, sin embargo, para muchos sigue contaminada por categorías heredadas de la Guerra Fría que, útiles en su momento, hoy son insuficientes: el mapa social incluye más que el Estado y el mercado.

Rescatar la relevancia política de la sociedad civil apunta en ese sentido. La red de asociaciones voluntarias, que expresa la multiplicidad de bienes que constituyen el florecimiento humano, consiste precisamente en lo central (aunque no lo único) de lo público. Se trata de aquello que ponemos en común, pero que procede de múltiples experiencias particulares, distintas unas de otras y que no logran fundirse totalmente. Esta es una de las claves que ofrece Claudio Alvarado en su nuevo libro “La ilusión constitucional” (IES, 2016), y que sirve para poner en perspectiva el debate en torno a la Constitución.

La tesis de Alvarado es que la discusión constitucional corre el riesgo de no ser comprendida en forma adecuada. Esto es grave si se quiere enfrentar apropiadamente la configuración del Chile post transición, porque los problemas que enfrenta nuestra comunidad política van más allá de lo estrictamente constitucional. Si bien las críticas sobre el origen (“la Constitución de Pinochet”), sus supuestos mecanismos antidemocráticos (“las trampas”), o la desprotección de lo que suele denominarse “derechos sociales” (el debate está abierto respecto de qué son) dan suficientes razones como para tomarse en serio la discusión, ellas no alcanzan a explicar nuestra progresiva insatisfacción –explícitamente manifestada a partir de 2011– con nuestra vida común.

El cuestionamiento a la Constitución, argumenta Alvarado, parece ser expresión de un problema más profundo. Uno sobre la autocomprensión y realización de nuestra vida conjunta: un problema político. Por lo tanto, cualquier postura que pretenda ser sólida frente al debate exige tener presente que hay un horizonte que excede cuestiones técnico-constitucionales.

En este sentido, por ejemplo, buena parte de nuestros problemas de distribución (de bienes, membresía, poder, etc.) se debe a que las personas y sus comunidades han olvidado su papel en la sociedad. La expansión del Estado hacia actividades que en justicia no le corresponde realizar no es victoria sólo de la izquierda. Paradójicamente, parte de la derecha, al mirar la realidad solamente con lentes económicos, ha sido incapaz de articular un discurso que no consista (únicamente) en el fortalecimiento del mercado. Esto es, por supuesto, importante; pero muy insuficiente. La consecuencia inevitable es que perdemos de vista nuestra condición de ciudadanos y que tenemos deberes de justicia para con nuestros vecinos (gran parte de ellos corresponden primero a las personas antes que al Estado). De ahí la relevancia de la sociedad civil, porque esas asociaciones se constituyen principalmente para eso: para hacerse cargo de la realidad que nos rodea.

Una reflexión política sobre la configuración de lo público implica comprender al Chile de 2016 y estar dotados de las herramientas conceptuales para articular creativamente posturas frente a los nuevos desafíos. El libro de Alvarado representa un esfuerzo para lograr ambas cosas. Esos son motivos suficientes para comprarlo y leerlo.

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