Columna publicada en La Tercera, 23.11.2016

La primaria de la derecha francesa realizada el pasado domingo dejó varias sorpresas que deben ser miradas con mucha atención, pues tocan aspectos relevantes de la política contemporánea. La primera de ellas fue la elevada participación: se esperaban unos dos millones de electores, y finalmente llegaron más de cuatro. Esto prueba que los ciudadanos participan si perciben que hay programas claros y se se juegan cosas relevantes (el ganador de esta primaria tiene muy buenas posibilidades de llevarse la presidencia). La democracia representativa no está muerta, pero necesita de políticos que se la tomen en serio.

La segunda sorpresa fue la eliminación, en primera vuelta, de Nicolás Sarkozy. En una humillación inédita, el expresidente francés apenas se empinó sobre el 20% de los votos, y anunció (de nuevo) su retiro de la política. ¿Cómo alguien que hace diez años era la estrella indiscutida de la derecha mundial pudo derrumbarse tan estrepitosamente? Sarkozy nunca comprendió que la agitación perpetua produce desgaste. Además, debe decirse que su mandato no fue coherente con su retórica. En ese contexto, su discurso febril y su voluntad de atizar al máximo las múltiples tensiones que vive la sociedad francesa (sobre todo en lo referido a la inmigración) lo arrastraron a la demagogia vacía. Esta no es una mala noticia para la democracia: los excesos verbales no siempre son rentables, y el regreso debe ser algo más que una mera repetición.

Otra sorpresa fue la baja votación del favorito de las encuestas, periodistas y analistas: Alain Juppé solo llegó segundo con un 28% de los votos. Juppé llevaba meses convencido de su triunfo, y no arriesgó nada durante la campaña. Cultivó un perfil centrista que no molestaba a casi nadie, complaciente con la construcción europea y negando la existencia del problema musulmán, sin asumir que Francia necesita algo más que buenas intenciones. Juppé se convirtió en el candidato favorito de la izquierda, pero una primaria requiere otro tipo de estrategia. Así, la opción favorita de la elite fue desechada por la base; y las posibilidades de Juppé en segunda vuelta son muy reducidas.

La gran sorpresa fue, desde luego, François Fillon. Las encuestas le daban en el tercer o cuarto lugar, en torno al 15 o 20%, y llegó primero alcanzando el 44% de los votos. Fillon logró combinar algo especialmente difícil en la política contemporánea: mantener posiciones claras sobre temas difíciles sin caer en la verborrea vana. Su programa incluye reformar la ley de matrimonio homosexual en lo referido a la adopción, y también medidas económicas muy severas, además de enfrentar el problema musulmán. Pese a que todos estos temas son muy polémicos en Francia, Fillon ha explicado siempre sus posiciones con respeto y sobriedad, sin caer en ningún tipo de extremismo verbal. Su proyecto no es fruto de la improvisación, ni del marketing político, sino que encarna una larga experiencia. Fillon logró, en definitiva, transmitir seriedad y convicciones en un ambiente político dominado por el espectáculo, dejando atrás a los agitadores y a la elite mediática. En los tiempos que corren, la proeza no tiene nada de trivial.

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