Columna publicada en El Líbero, 18.10.2016

Qué dirá el santo padre
que vive en Roma
que le están degollando
a sus palomas“.
Violeta Parra

La revista Paula publicó el sábado recién pasado el reportaje “La caleta de los ex niños Sename”, un relato conmovedor sobre la vida cotidiana de un grupo de jóvenes que, instalados en un edificio abandonado en pleno barrio cívico, han ido construyendo un hogar y una familia que los servicios del Estado ⎼de los que han escapado sistemáticamente⎼ no han sabido entregarles. Este reportaje aparece en medio de las reacciones indignadas ante el informe entregado por la Directora del Sename, que dio cuenta de un total de 1.366 niños muertos entre el 2005 y 2016 en dependencias directas del organismo o instituciones privadas colaboradoras. Esto se tradujo por parte del Gobierno en una inyección de recursos y disculpas bienintencionadas que, difícilmente, podrán resolver un problema tan dramático y profundo.

Conocer la historia de este grupo de jóvenes permite dar rostro y voz a los números abstractos y a la terminología técnica y especializada del informe del Sename. Se trata de trayectorias biográficas llenas de dolor y abandono, las que de paso hacen evidente el fracaso sistemático de una política pública que no ha sido capaz de responder ante los miembros más vulnerables de una sociedad que ni siquiera los mira. “Somos palomas”, es la afirmación tan brutal como reveladora de uno de los miembros de esta comunidad: animales a quienes tirar comida, echar o simplemente ignorar.

Sin embargo, el testimonio de estos 12 jóvenes no se agota en la sola denuncia de lo que, sin duda, es uno de los ejemplos de mayor injusticia en nuestra historia como país. Esto, considerando la larga data que tiene la relación entre infancia y pobreza en el Chile republicano. Y es que detrás de la miseria y la precariedad, las voces que aparecen en el reportaje dan cuenta de un juicio profundo. A través de analogías y bromas de una agudeza que impresiona, nos revelan su mirada no sólo respecto de sus propias vidas, sino también de lo que debiera ser la vida en común. Un juicio formado en las experiencias personales de cada uno, pero sobre todo en el encuentro y las relaciones nacidas en el seno de lo que pocos podrían llamar un hogar.

Así, mientras algunos cuentan cómo en la calle han aprendido valores como la solidaridad o la igualdad, otros hablan de sus sueños con un mundo mejor, donde tener un hijo a quien cuidar como no lo hicieron con ellos o una casa en la que puedan desplegar una vida digna que nadie les reconoce, pero que ⎼como ellos bien saben⎼ nadie les puede arrebatar. Esto, en medio de cartones, nylon, carencia total de servicios básicos, hambre y droga; un contexto que, sin embargo, sólo manifiesta que su dignidad y protagonismo son irreductibles.

Estos testimonios logran comunicar algo que ni de cerca se vislumbra en el informe del Sename: un juicio y un punto de vista sobre todo el mundo que existe detrás de la miseria que se denuncia, y que nadie considera. Porque como ellos bien dicen, para el resto son sólo palomas. El reportaje plantea un problema que es al mismo tiempo un desafío.

Cualquier alternativa de solución que se piense para el gravísimo escenario en que se encuentran los miles de niños dependientes de la protección del Estado ⎼y también de los privados⎼, requerirá un cambio de paradigma: introducir estas miradas y experiencias, en la medida en que toda política pública debiera partir justamente de la clave interpretativa de quienes son su objeto, porque cuando ello se hace, todas las categorías se ven redefinidas. Tristemente, esa ha sido quizás la falencia más persistente en la historia de la acción de nuestros estados, pensar que no hay nada relevante que anteceda la acción y el despliegue de sus programas.

Eso es justamente lo que recuerdan las experiencias y agudas miradas de este grupo de jóvenes, abandonados y empobrecidos: una historia, un juicio y una conciencia de la dignidad que claman, de manera imperativa, por ser reconocidos.

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