Columna publicada en La Tercera, 19.10.2016

Occidente vive una profunda crisis de autoridad. El mejor mapa de esa crisis es el que dibuja Moisés Naim en su libro “El fin del poder”, donde muestra los radicales efectos que los cambios demográficos y educacionales, sumados a la imparable globalización, están teniendo en nuestras vidas. Transformaciones que hacen tambalear la autoridad de las iglesias, de los gobiernos, de las empresas y de los estados, y que han llevado a las élites globales al banquillo de los acusados.

El panorama que nos muestra Naim, eso sí, no nos da grandes pistas respecto a cómo se resolverá esta situación. Y es que para evitar complicaciones, el autor no aborda teóricamente el problema del poder, por lo que no avanza mucho en la evaluación de la situación luego de describirla. Y es ahí donde la antropología puede entrar en escena. Y es que si la autoridad del poder está en problemas, la pregunta que todos nos hacemos es cómo puede salir de ellos. Y la respuesta a esa pregunta exige explicar la naturaleza y los límites de la autoridad en las sociedades humanas.

¿Sobre qué se sostiene, entonces, el orden? Básicamente sobre algo que ha sido separado de lo cotidiano y puesto más allá de toda duda. Eso que llamamos sagrado. Lo sagrado es el punto de apoyo sobre el cual todo lo demás se sostiene, incluyendo al lenguaje, que, como nos dice Roy Rappaport, no emerge simplemente como un conjunto de palabras, sino como la palabra.Es decir, como una fijación de lo que se considera verdadero.

Si se acepta esa premisa, las crisis de autoridad se generarían cuando ese fundamento sagrado es cuestionado y pierde su fuerza. Y no es raro, también, que ellas incluyan una crisis de comprensión: que la verdad sobre el mundo entre en crisis significa también que el lenguaje usado para describir esa verdad entre en crisis.

Pero ninguna crisis de sentido dura para siempre. Lo sagrado vuelve a ser producido. La pregunta importante, entonces, es cómo ocurre eso. Y aquí es donde aparece René Girard, un antropólogo que explicó que la naturaleza humana era básicamente mimética. Esto es, que llegamos a ser humanos mediante la imitiación de conductas humanas concretas. Pero esa imitación tiene también un gran potencial para generar violencia. Y cuando la imitación deriva en confusión, las sociedades tienden a recuperar el orden mediante la violencia sacrificial dirigida contra alguien a quien culpan de haberlos llevado a esa situación (como, por ejemplo, los inmigrantes). Y sería esa violencia la que, cubierta de mitos y de ritos, se encontraría en el origen de lo sagrado.

De esto podemos concluir que las épocas en que la autoridad se ve cuestionada son tan peligrosas como esperanzadoras. Peligrosas, porque el recurso a la violencia siempre está disponible. Y esperanzadoras, porque la posibilidad de un orden que no se funde en ella también aparece en el horizonte. A tratar de analizar esto, y lo que puede significar para nuestro país, dedico mi primer libro, “El poder del poder”, que verá la luz este sábado, con la esperanza de contribuir a un debate que creo muy necesario.

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