Columna publicada en La Tercera, 21.09.2016

En Chile existen bienes y espacios públicos, pero no mucho sentido público. Lo que supuestamente es de todos es entendido, muchas veces, como “de nadie”. Y el efecto de ello es destructivo: tendemos a usar lo público de manera predatoria. Esta conducta se registra a toda escala: desde los concejales malgastando recursos municipales en viajes de ocio, hasta la inmensa caja de empleos inútiles bien remunerados que maneja la presidencia de la República. Desde el impune basural que deja cada una de nuestras concentraciones masivas, hasta el aprovechamiento abusivo que cientos de proyectos inmobiliarios hacen de los espacios y recursos comunes. Y también se plasma en nuestros modales y en el maltrato que nos brindamos en situaciones de aglomeración.

Este maltrato de lo común se ve amplificado, además, por una de las más lamentables de nuestras herencias: la glorificación de la “viveza”. Esa infantil idea de que lo malo de los malos actos no es realizarlos, sino ser “pillado”. De ahí que muchos de nuestros patéticos winners, nuestros “vivos” de todas las clases sociales, sean personas que malgastan su ingenio en aprovecharse del resto sin sufrir las consecuencias. Aquello que muchos llaman “hacerla”. Algunos postulan que este mal, al igual que todos los males, nació con la dictadura, pero sus raíces, como revela la lectura de crónicas del pasado y los dichos populares, son más bien profundas y pretéritas.

Hoy el ideal de lo público, lo común y lo compartido (que excede con creces lo estatal) ha retornado con inusitada fuerza. En aquello se ve una especie de refugio y fuente de sentido frente a las paradojas y decepciones de la modernización. Sin embargo,¿cómo lograr poner nuestras costumbres a la altura de ese ideal? ¿Cómo darle forma, además, a nuestro espacio compartido para que pueda albergar esas nuevas costumbres? ¿Cómo, en fin, no convertir la reivindicación de lo público y el lenguaje de los derechos en una batalla campal de todos contra todos por agarrar cuanto se pueda y salir corriendo?

En buena medida, la forma de nuestro desarrollo futuro se juega en la respuesta que logremos dar a estas preguntas.Incluyendo el desarrollo económico, ya que áreas cada vez más importantes para nuestros bolsillos, como el turismo, dependen casi por completo de mejorar nuestra capacidad para convivir de manera sustentable.

Lectura obligada al respecto es el libro “Vivir juntos” de Óscar Landerretche  (que, ojo, podría ser  “El otro modelo” de Lagos).

Casos para experimentar nos sobran: el del lugar adecuado para las bicicletas en la ciudad, el del lugar del comercio ambulante, el del uso de áreas verdes (como el Manquehue), entre muchos otros.

En todos ellos se pone en juego la pregunta de cómo equilibrar la realización de un derecho con la de otros derechos, y con la protección de bienes comunes. Tratar de resolver estos problemas con una mirada pública, combinando Estado, mercado y sociedad civil, y aprender de esas soluciones para enfrentar otros problemas, parece un buen camino a seguir. Y mientras antes comencemos a recorrerlo, mejor.

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