Columna publicada en El Líbero, 20.09.2016

La figura del padre ha sufrido un proceso paradójico en las últimas décadas. Por un lado, puede constatarse que muchos padres se han involucrado más en la crianza de sus hijos y en la vida del hogar. Como señala Ximena Valdés en “El lugar del padre: rupturas y herencias”, en todos los estratos sociales las representaciones sobre la paternidad muestran distancia con la matriz moderno-industrial: el padre distante y autoritario, centrado esencialmente en su trabajo y en proveer a su familia, es reemplazado por un padre más cercano desde el punto de vista afectivo y más colaborativo desde el punto de vista de la crianza y la comunicación con sus hijos.

Por otra parte, sin embargo, en Chile la ausencia del padre en la familia parece haberse agudizado en los últimos años. Los escasos datos disponibles al respecto muestran que aproximadamente uno de cada cuatro hogares tienen una estructura monoparental con jefatura femenina (CASEN 2013). Además, según las cifras del Registro Civil para el año 2012, más de 25 mil niños nacidos fueron reconocidos sólo por la madre y 1.457 sólo por el padre. Y cada año se presentan alrededor de 10 mil demandas por pensiones alimenticias en Chile.

Sin embargo, a pesar de la gravedad del asunto, hay en torno a él un profundo silencio: la ausencia de datos y estudios al respecto lo refleja. A nivel discursivo y en el ámbito de la acción pública y privada, la atención ha estado centrada en la diada madre-hijo, y poco o nada se dice sobre la importancia que tiene la presencia (o ausencia) del padre en la familia. Por cierto, el ausentismo paterno ha sido una constante en la cultura latinoamericana y chilena, como bien lo muestra Sonia Montecino en Madres y huachos. Alegorías del mestizaje chileno. Sin embargo, el cambio en la percepción y distribución de los roles dentro la familia, que debiera invitarnos a cuestionar esa realidad, no ha estado acompañado de una valoración y reconocimiento por otros aspectos de la paternidad más allá de rol de proveedor. De este modo, y por paradójico que parezca, la figura paterna parece haberse vuelto, para muchos, innecesaria o fácilmente sustituible.

El problema de esto es obvio, y consiste en que la evidencia respecto a las consecuencias de la ausencia paterna es contundente. Por supuesto, no se trata de evaluar casos concretos: muchas familias logran suplir exitosamente la figura paterna por medio de otros familiares o personas cercanas. Asimismo, hay que distinguir según las causas y modos de esa ausencia (abandono, viudez, separación, etc). No obstante, lo anterior no niega que las tendencias muestran que la participación activa del padre constituye un beneficio para el desarrollo de niñas y niños. La evidencia confirma que es más probable que aquellos que tuvieron un padre involucrado cuenten con un mejor desarrollo y bienestar en diversas áreas, tales como: rendimiento escolar, desarrollo cognitivo, mejor situación económica, menores problemas conductuales y conflictos con la ley, entre otros. Véase, por ejemplo, los resultados de la  monumental investigación de “Fragile Families and Child Wellbeing Study”, realizada por la Universidad de Princeton al respecto.

El silencio respecto a la paternidad en Chile contrasta en forma notable con la enorme iniciativa del Gobierno de los Estados Unidos, en respuesta al llamado del Presidente Obama para una conversación a nivel nacional sobre la paternidad responsable y las familias saludables. A través del Centro Nacional de Información para la Paternidad Responsable (NRFC, por sus siglas en inglés), el gobierno federal busca fomentar padres comprometidos y familias sólidas, por medio de múltiples iniciativas. Y es que, como ha dicho Obama, “necesitamos padres que se den cuenta que su responsabilidad no se termina en la concepción. Necesitamos que se den cuenta que lo que te hace un hombre no es la habilidad de tener (concebir) un hijo, es el coraje de criarlo”.

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