Columna publicada en El Líbero, 06.09.2016

Salvo algún imprevisto, hoy se votará y aprobará en la Comisión de Salud del Senado el proyecto de aborto presentado por el gobierno. Aún quedan varias etapas para que dicho proyecto se convierta en ley, pero sin duda se trata de un paso importante para quienes buscan la legitimación legal (el derecho a abortar) y política (disminuir el reproche social) del aborto en Chile. Como es sabido, este paso no sería posible sin los votos de la Democracia Cristiana, y el hecho de que la DC se preste para esto es llamativo por varios motivos. Veamos.

Al reparar en la historia de la DC es fácil advertir que, con sus luces y sombras, este partido ha jugado un papel decisivo en la marcha del país. Pero más relevante aún, al revisar los hitos más destacados de su trayectoria se descubre un factor común a lo largo del itinerario: la convicción de que política y moral guardan una estrecha relación. Si para los primeros falangistas lo fundamental era articular una propuesta político-social que lograra combatir los males del marxismo, pero sin caer en la indolencia del capitalismo más extremo; para Eduardo Frei Montalva y Patricio Aylwin la tenaz oposición al gobierno de la Unidad Popular no fue un impedimento para, poco tiempo después, levantar la voz y liderar la defensa de los derechos humanos.

Lo anterior no debiera sorprendernos demasiado. No es seguro que sus planteamientos hayan sido siempre los más acertados, pero los líderes de la DC solían comprender que la inquietud social, la preocupación por los más débiles y la defensa de ciertos principios van de la mano. Después de todo, el proyecto político de la DC respondía a una visión de la persona y del mundo que servía de sustento a su acción pública y los distinguía de otros conglomerados.

Hoy, sin embargo, las cosas son diferentes. Por dar sólo un ejemplo, no es casual que muchos parlamentarios demócrata cristianos tengan a Ricardo Lagos como candidato predilecto. En rigor, cuesta encontrar diferencias sustantivas entre la aproximación socialdemócrata y la DC actual. Quizás la última diferencia era, precisamente, la manera de abordar temas difíciles como el aborto. Pero salvo excepciones notables, cuyo rostro más emblemático ha sido Soledad Alvear, la DC ha renunciado a levantar una posición propia en esta materia.

Cabe notar que la DC, por historia e ideario, estaba llamada a realizar un aporte significativo a la discusión sobre aborto. Si para algunos basta con rechazarlo —sin preguntarse por las condiciones que lo hacen posible— y para otros la “sensibilidad social” sirve de pretexto para desconocer la dignidad del niño que está por nacer, la Democracia Cristiana bien podía ofrecer una mirada al servicio de los más débiles, sin excluir a priori a ninguno de los involucrados. Esto exigía rechazar los supuestos de aborto directo contemplados en el proyecto de ley del gobierno, pero también permitía una agenda propositiva: redactar la primera causal —riesgo de vida de la madre— recogiendo la práctica médica vigente, sin dar pie a ningún tipo de malentendidos; promover una eximente de responsabilidad penal que procurara una auténtica despenalización, y no la legitimación legal y social del aborto; avanzar en el apoyo a los embarazos vulnerables, formular medidas concretas al respecto, etc.

Por desgracia, hasta ahora la DC ha renunciado al papel que naturalmente podía desempeñar. El mejor ejemplo de esto es que si el proyecto de ley continúa avanzando, será gracias al voto de Carolina Goic en la Comisión de Salud del Senado, y con Mario Fernández ocupando el puesto de ministro del Interior. Y si más adelante existe una ley de aborto, el partido de la flecha roja no podrá eludir su responsabilidad: casi sin excepciones, derecha e izquierda ya están jugados en este debate. A fin de cuentas, la única duda que queda es si la DC terminará de renunciar a su identidad o si, por el contrario, estará a la altura de esta —parafraseando a Frei Montalva— fundamental exigencia del porvenir.

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