Columna publicada en El Líbero, 23.08.2016

Con la llegada de septiembre vuelve a aparecer una estética costumbrista de “lo chileno”. Las radios se llenan de tonadas y cuecas, recordamos los juegos tradicionales y, cómo no, las fondas son una parada obligada de norte a sur. Las fiestas patrias son parte integral de nuestro patrimonio y una expresión genuina de una historia compartida. Las celebraciones pueden propiciar una reflexión en torno a lo que entendemos como nuestra identidad común, tarea que no está de más en un escenario político bastante crispado.

Hay numerosas entradas para reflexionar acerca de lo que constituye nuestra identidad nacional, pero hoy quisiera detenerme en dos ensayos que, al no ser novedades editoriales, pueden estar menos presentes en nuestro imaginario. Uno es el texto Los dos mundos del Nuevo Mundo. Cultura y economía en Angloamérica e Hispanoamérica, del sociólogo chileno Claudio Véliz. Publicado originalmente en inglés en 1994, se reeditó en español el año 2011, rescatando un aporte fundamental del pensamiento sobre nuestro continente. La tesis central del libro estudia comparativamente el desarrollo de las culturas anglosajonas y españolas en sus colonias americanas. Usando la metáfora de Isaiah Berlin, describe a las colonias inglesas como “zorros” y a las españolas como “erizos”: la estética gótica de los primeros, con su arquitectura particular y haciendo del caos un elemento central de sus artes decorativas, contrasta enormemente con el barroco latinoamericano, donde todo preciosismo y detalle responde a una idea central que está determinada de antemano. Las expresiones artísticas no son, de ese modo, superfluas: ellas manifiestan un modo de concebir el mundo y actuar en él.

El libro de Véliz hace pensar. Su principal virtud es la multiplicidad de perspectivas que ofrece, pues establece nexos entre la historia del arte y la psicología social, entre la economía y el derecho, interpretando los dos mundos presentes en América por medio de sus símbolos y expresiones artísticas. Luego, sirve como entrada para preguntarnos por nuestra identidad, al otorgar densidad histórica a algunos de nuestros problemas capitales, como por ejemplo la centralización del poder político. Al interpretarlo como una herencia del colonialismo español y compararlo con el desarrollo de las colonias anglosajonas, puede observarse el problema desde una nueva óptica y, quizás, servir para plantear nuevas soluciones.

Otro libro que explora las identidades en Latinoamérica es La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo, de Mario Vargas Llosa. Analizando la obra literaria de su compatriota, el Nobel peruano aborda algunas de las grandes preguntas del siglo XX peruano, especialmente en relación a la presencia (o ausencia) de las culturas indígenas en la definición de una identidad nacional. La obra de Arguedas posee alcances muy amplios, pues no solo se dedicó a la creación puramente literaria, sino que también recopiló tradiciones orales que resguardan los imaginarios mágicos y simbólicos de la cultura inca. En el agitado siglo pasado, donde el indigenismo fue asimilado, por muchos, como una excusa para la lucha de clases, obras como la de Arguedas se hicieron sumamente relevantes para dar cuenta de las identidades que componen nuestro continente. Sin embargo, las mejores expresiones artísticas de Arguedas no definen lo indígena como algo separado y puro, sino que éste integra un mundo natural y simbólico donde la presencia de la cultura hispánica es parte fundamental.

En este sentido, si bien ha declarado no creer en una “identidad latinoamericana” (lo dijo en Chile hace unos meses, invitado por la Universidad Diego Portales), Vargas Llosa es lúcido a la hora de identificar las consecuencias creativas y políticas de ciertos acentos culturales excluyentes de una u otra cultura. Latinoamérica, por tanto, responde a una identidad mestiza, donde la convivencia de culturas europeas e indígenas genera una síntesis particular, y cuya interpretación no puede realizarse por medio de la exclusión de uno u otro grupo. Pero la convivencia y la generación de elementos propiamente criollos no nos debe llevar a obviar las fuentes simbólicas y significativas únicas de cada caso, como si Latinoamérica fuera una mezcolanza sin distinciones.

En un contexto globalizado en que la nación no es tan significativa como antes, preguntarse por las raíces culturales del continente americano quizás sea un ejercicio interesante. El aniversario del comienzo de nuestra independencia puede revestirse de especial significado si volvemos sobre ciertas interpretaciones culturales acerca de “Nuestra América”, como tituló elocuentemente su ensayo José Martí. Volver sobre nuestro pasado, sin duda, iluminará nuestro presente.

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