Columna publicada en La Segunda, 19.05.2016

Aunque no han faltado las críticas, el énfasis de la propuesta constitucional de Chile Vamos al complemento entre subsidiariedadsolidaridad es una excelente noticia. En nuestro medio, tanto partidarios como detractores suelen concebir a la subsidiariedad como sinónimo de Estado ausente o abstencionista. El motivo de este equívoco es objeto de controversia, pero Chile es de los pocos países en que el principio de subsidiariedad es comprendido de ese modo.

Dicha comprensión ha conducido al desprestigio de un criterio muy valioso. Como mostrara el libro “Subsidiariedad: más allá del Estado y del mercado” (IES, 2015), este principio se orienta, antes que todo, a proteger las competencias de las asociaciones humanas, descentralizar la toma de decisiones y promover la vitalidad de la sociedad civil. Constituye un límite natural a la acción del Estado, pero también puede propiciar su debida intervención. La subsidiariedad no se reduce a la sola esfera económica, y en ésta, por cierto, pugna con capitales demasiado concentrados o sujetos a grados de control insuficientes.

Explicitar el complemento entre solidaridad y subsidiariedad contribuye a rescatar las dimensiones olvidadas de esta última. Ello otorga mayor capacidad discursiva y táctica a la oposición, pues tiende a generar puentes con grupos que, rechazando la ideología del “Estado mínimo”, aprecian el significado original de la subsidiariedad (como la propuesta constitucional de la DC o los planteamientos de “Progresismo con progreso”). Lo principal, sin embargo, reside en el fondo del asunto: al enfatizar la naturaleza política —no sólo económica— de la subsidiariedad, y su necesaria vinculación con el bien público, es posible repensar una serie de instituciones y debates ineludibles en el presente.

Ello ocurre, por ejemplo, en materia de derechos sociales. Como reconoce la propuesta de la oposición, rechazar una excesiva judicialización de la política no impide, en caso alguno, abogar con firmeza y seriedad por un mejor cumplimiento de los deberes sociales y del Estado. Tomarse en serio la relación entre solidaridad y subsidiariedad abre nuevas perspectivas, y ellas nos ayudan a terminar con el falso dilema (que buscan instalar ciertas élites) entre un igualitarismo algo trasnochado y el viejo anhelo del laissez faire.

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