Columna publicada en El Líbero, 24.05.2016

El documento constitutivo de ChileVamos ha tenido la virtud de generar un debate de ideas dentro de un sector que no tenía discusiones de este tipo desde hace más de dos décadas. Todos quienes participan de ese proceso están de acuerdo en que la centroderecha chilena necesita transformaciones sustantivas y un lenguaje político propio. Pero frente a ellos emerge también un discurso que se opone a la existencia tanto del debate como del texto, promovido por quienes juzgan que la derecha no requiere cambio sustantivo alguno ni tampoco un lenguaje político. Estos opositores totales han seguido, hasta ahora, cuatro estrategias argumentativas: decir que el texto divide más de lo que une, señalar que no resulta convocante electoralmente, plantear que una coalición política no tiene por qué tener un acuerdo sobre mínimos comunes y, finalmente, calificar el debate de ideas generado como “discusión filosófica estéril”. A ellas han sumado un apoyo a cualquier ataque virulento contra el documento bajo el pretexto fantasioso de que pondría “al Estado antes que al individuo”, con la esperanza de hacerle mala fama al texto o, al menos, volver tan tóxico el ambiente que rodea su discusión que ya nadie quiera participar de ella.

Estos argumentos son en extremo débiles. Ellos representan más bien maniobras defensivas que ideas de fondo. Es evidente que el texto no es un relato electoral, que la discusión generada es valiosa y que una coalición sin razones para existir no tiene destino. Además, cualquiera que lea de buena fe el texto puede constatar que es imposible alegar que pone al individuo “por debajo” del Estado. Sin embargo, la existencia de estas maniobras nos alerta de un proceso en marcha que es políticamente importante. Esta oposición radical demarca con claridad el punto de quiebre entre una derecha rigidizada y complaciente, temerosa de perder su influencia, y una de carácter crítico que busca la renovación del sector. Esto le da un correlato en la realidad, por primera vez, al concepto de “nueva derecha”.

Los que llamo rígidos y complacientes luchan bajo el eslógan de que las ideas ya están, pero que falta comunicarlas mejor. Viven de la nostalgia por las reformas ochenteras, consideran que todo el progreso del país se debe a que ellas nos legaron el mejor de los mundos posibles y creen que el debate de ideas políticas de fondo debe ceder paso a la administración de ese Edén. No creen que haya realmente algún tipo de problema que solucionar. Están convencidos de que no hay nada sustantivo en el hecho de que Bachelet ganara las elecciones con un programa de reformas bastante radicales. La gente, suponen, habría votado por ella igual, aunque su programa fuera bailar en las plazas. Creen que los abusos son una mera exageración. Por lo mismo, piensan que bastaría un nuevo gobierno de derecha para volver a los “antiguos buenos días”. El gran desafío, para ellos, es de marketing: hace falta repetirle con mayor convicción a las personas las “ideas de la libertad”.

Lo llamativo de este grupo es que se espanta frente a la necesidad de un replanteamiento de fondo en la centroderecha que es producto del mismo proceso de modernización que ellos glorifican. Tal como el Partido Comunista cubano cuando reprime a su pueblo alegando que “no se puede hacer la revolución en la revolución”, esta derecha, en la que muchos de sus integrantes fueron radicalmente reformistas en su juventud, considera que lo que hay requiere nada más que una defensa férrea e irreflexiva. Y lo llamativo del documento de ChileVamos, aprobado ya por todos sus miembros, es que no les da en el gusto.

Y es justo en este contexto que uno de los mejores representantes intelectuales de esta “nueva derecha”, Daniel Mansuy, presenta su libro “Nos fuimos quedando en silencio: la agonía del Chile de la transición”, el cual viene a dar un diagnóstico ya no sólo de la crisis intelectual de la derecha, sino de la crisis de legitimidad política que vive el país, y a mostrar los primeros atisbos de un camino de salida. Un primer paso, podemos decir, entre el documento de convocatoria y un programa político.

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