Columna publicada en El Líbero, 05.01.2016

El gobierno ha desperdiciado una nueva oportunidad de tomar el toro por las astas. Una maniobra adecuada en La Araucanía podría haber ayudado no sólo a desarticular uno de los focos más complejos para La Moneda, sino también a comenzar el 2016 con el pie derecho, con el elemento sicológico correspondiente. Francisco Vidal habría patentado la cuña “Año nuevo, política nueva”, y muchos habrían podido argumentar que la visita de Bachelet a la novena región, con Burgos a la cabeza y la participación de diversas autoridades y líderes regionales, significaba la materialización del “no me conocen” de algunas semanas atrás.

El problema es que, a estas alturas, el gobierno se ha vuelto monótonamente previsible, y no podemos sino concluir que “ya la conocemos”. Y junto con ello, conocemos -mal que le pese al país- la inoperancia con que trabaja su equipo político. No era descabellado suponer la crisis que implicaría dejar fuera al ministro del Interior, en un viaje de semejante simbolismo. Pero, al parecer, las intenciones de bloquear a la DC y jugar un gallito al interior de la Nueva Mayoría pudieron más. Y el resultado ha quedado a la vista de todos: por tratar de bajar la tensión en La Araucanía, crearon un problema peor en Santiago. Gratis.

Este incidente permite ilustrar, de buena forma, que la política es un juego que no suma cero: así como en ciertos casos se logran resolver problemas con resultados positivos para las distintas partes involucradas, en otros casos una mala ejecución puede provocar efectos negativos para los distintos jugadores. Bachelet es, desde luego, la primera perdedora: consiguió abrir un nuevo flanco de críticas, y permite que se vuelva a instalar la idea de que se actúa sobre la marcha, sin pensar en las previsibles reacciones a sus actos. Además, el episodio permite comprobar que el gobierno sigue sin tener idea sobre cómo resolver problemas delicados. Al ofrecer sólo decisiones erráticas, abruptas e improvisadas, no hace más que recordar un famoso pasaje de Alicia en el País de las Maravillas: ante dos caminos alternativos, Alicia le pregunta al Minino de Cheshire cuál le conviene tomar, y éste le responde, con acierto: si no te importa el sitio al que quieres llegar, da lo mismo qué camino tomes.

Pero como este juego puede incluso restar más que sumar, las cuentas tampoco son positivas para la DC, y en particular para Burgos. Su reacción inicial, su rumoreada renuncia, y su decisión final de quedarse en el puesto, son claros signos de un poder cada vez más disminuido. El ministro ha logrado mantener su oficina en Moneda s/n, pero se aleja cada vez más de la torre de control.

Quienes conocen bien a Jorge Burgos pueden argumentar que es un hombre de Estado, y que actuó pensando en el bien de la coalición. Es probable que Burgos haya recordado a Max Weber, quien en su momento distinguió la ética de la responsabilidad de la ética de la convicción, las que a menudo se enfrentan. Renunciar y hacer valer un punto político es un asunto de convicción; quedarse y agachar el moño es, qué duda cabe, un asunto de responsabilidad.

Si bien en política hay que valorar las acciones que apunten a la responsabilidad, un liderazgo sin convicción es dañino para la nación. No se puede concebir una forma seria de conducir el país si es que el ministro del Interior -a todas luces el personaje más importante del gabinete- no es capaz de hacer respetar una agenda que ha llevado por meses. Perder ese ímpetu equivale a transformarse en un monaguillo presidencial, y es poco probable que Burgos o la DC estén dispuestos a asumir ese rol, sólo para asegurar cuotas de poder, cada vez más exiguas por lo demás.

La pelota la tiene, entonces, la Democracia Cristiana. Depende de ellos seguir “bailando con la fea”, o hacer valer su rol como partido oficialista. El otrora partido más importante de la coalición ha perdido influencia, pero tiene todavía participación en el conglomerado, y por tanto, un deber que cumplir. Algo de eso se vio el fin de semana, cuando un grupo de personeros DC hizo pública una carta fustigadora del actuar de la Nueva Mayoría. Sin embargo, como era esperable, el lunes se publicó otra carta, de irrestricto apoyo al Plan de Gobierno, y con más firmas que la primera. Al parecer, la DC también sufre del síndrome de Alicia: poco importa qué camino tomar, si no se sabe realmente adónde se quiere ir.

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