Columna publicada en El Demócrata, 30.11.2015

“Para amar la democracia, hay que amarla moderadamente”. En su libro Los fundamentos conservadores del orden liberal, recientemente traducido por el IES, Daniel J. Mahoney hace suya esa formidable lección con la que, a su vez, Pierre Manent concluye su análisis de Tocqueville. El propósito tanto de Mahoney como de Manent es simple y profundo a la vez: presentar la tesis de que los amigos inmoderados de la democracia son, a fin de cuentas, sus peores enemigos.

Para Mahoney, el mayor peligro al que se enfrentan las sociedades occidentales actuales es la búsqueda de una democracia “pura”, entendida como un simple procedimiento de mayorías que hace sinónimos la igualdad con la más absoluta indistinción; y que identifica la libertad con una total emancipación política, social y cultural. Este fenómeno es particularmente notorio en cierto liberalismo (auto calificado como progresista) que suele promover a priori reivindicaciones de libertades y derechos, sin antes ponderar los demás bienes que están en juego, por el solo hecho de su novedad. Apenas hace falta demostrar que valorar lo nuevo a priori como algo superior tiende a someternos a una nueva tiranía, la de la inercia de los procesos sociales. En rigor, nada mutila más la propia libertad humana como la imposibilidad de someter a juicio crítico las instituciones vigentes y las propuestas de transformación.

La radicalización descrita también se observa en las tendencias individualistas, que constituyen quizás una de las dificultades más acuciantes de nuestra modernidad. Como señala Tocqueville —acaso uno de los más profundos observadores de los efectos sociales de la democracia—, esas tendencias “predisponen a cada ciudadano a aislarse de la masa de sus semejantes y a retirarse a solas con su familia y amigos, de modo tal que, después de haberse creado así una sociedad a su disposición, abandona voluntariamente la gran sociedad a su suerte”.

En Chile, por cierto, esa clase de fenómenos parecen manifestarse con creciente intensidad en diversas materias. Por ejemplo, en quienes parecieran tener una confianza ciega en el libre mercado y el crecimiento económico a la hora de intentar solucionar los problemas sociales, desconociendo la cara menos amable del “modelo”, como nuestros enormes niveles de desigualdad, y la segregación de nuestras grandes ciudades. Otro tanto puede decirse de aquellos que abordan dilemas como el aborto o el matrimonio ―una realidad de suyo comunitaria― desde la pura consideración de la autonomía individual, como si ésta fuera siempre y automáticamente superior a cualquier otro bien en juego.

Por supuesto, Mahoney no niega la importancia de los derechos ni la necesidad de una legítima esfera de autonomía. El punto es que no parece posible resguardar de modo adecuado esas esferas, ni comprenderlas en su real alcance, sin atender a la condición política del ser humano y sus implicancias. Por de pronto, las personas solemos acceder a ciertos bienes humanos, como la amistad, el conocimiento o el trabajo, mediante nuestra participación activa en comunidades y asociaciones de distinta especie, tales como la familia, las instituciones educacionales y las organizaciones laborales, entre muchas otras. Este es precisamente el peligro de juzgar toda restricción social como atadura o limitación arbitraria e injustificada.

Frente a ello, el autor nos invita a recordar las ideas de una serie de pensadores que reconoce como los grandes exponentes de la tradición que él denomina liberal-conservadora. Estos van desde Tocqueville hasta Aron, de filiación más claramente liberal, pasando por Burke y Solzhenitsyn, usualmente asociados a una actitud más conservadora. Esas ideas apuntan a revitalizar los fundamentos morales presentes en la larga herencia de la civilización occidental, sin perder nunca de vista, por supuesto, el contexto actual (Mahoney dista de ser un reaccionario). En esa revitalización se apoya lo que Daniel Mahoney llama el “arte de la libertad”: en orientarla en su ejercicio, a partir de los fundamentos que le dan un contenido y un significado.

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