Columna publicada en El Líbero, 27.10.2015

Las campañas electorales suelen ser verdaderas maratones. Cualquier maratonista sabe que la preparación -mental, física y económica- comienza muchos meses antes que la carrera misma, y que hay que guardar energías hasta el último centímetro. No obstante, las campañas electorales poseen una dificultad extra: a veces, a pocos metros de la meta, esta parece esconderse en el horizonte por unos cuantos kilómetros más. Y a veces con algo de sorpresa, como sucedió el pasado domingo en las elecciones argentinas: debido a un mañoso sistema electoral, y conociendo las últimas encuestas -que, en general, estuvieron muy lejos de los resultados finales-, pocos auguraban que habría balotaje. Sin embargo, la historia decidió escribir otra cosa.

Si Macri tiene espíritu de maratonista electoral -y no hay razones para suponer que no lo tiene-, debe haber previsto esta posibilidad desde el principio. Cualquier político con ambición y trayectoria como la suya debió suponer que sería imposible ganarle al Kirchnerismo el 25 de octubre y, por lo tanto, una campaña en dos tandas tiene que haber estado en el diseño inicial. Así, Macri debe haber sabido que los días posteriores son tan importantes como el día de la votación misma. Tal como un segundo aire en el deporte, en estas fechas se renuevan las confianzas y los apoyos, y comienza una carrera algo distinta, transformando esta maratón en una suerte de posta, en la que los testimonios de los competidores más lentos se entregan al mejor postor.

En este contexto, será clave la figura de Sergio Massa. Con un 20% de los votos, es por lejos el candidato derrotado más atractivo para Macri y Scioli. De forma estratégica, el líder del Frente Renovador ha sido cauto en otorgar apoyos, y se apresta a verificar en el mercado cuánto vale su caudal de votos. En un país con una política tan desideologizada como Argentina, con un peronismo dividido en distintas facciones, ese estudio de mercado puede ser bastante lucrativo para Massa, quien se puede transformar en un articulador del próximo gobierno. El anarquista Josiah Warren dijo alguna vez que el verdadero gobierno consiste en tener influencia pública.

Como sabe que necesita mover más fichas que el oficialismo (que cuenta con una desmedida estructura gubernamental), Macri ya ha explicitado sus coincidencias con Massa, más que para llegar a él, para hablarle a ese 20% que ha quedado electoralmente huérfano. Durante la campaña, ambos hablaron de cambio y renovación, y se opusieron a las lógicas kirchnerianas. Sin embargo, no se puede desconocer que detrás de Massa hay un peronismo enclaustrado que puede calzar más con Scioli que con la apuesta liberal-conservadora del PRO, y esto puede inclinar la balanza en el otro sentido. De ahí que sea tan importante -para Macri- centrar esta segunda parte de la campaña en las críticas a Cristina, en los casos de corrupción, y en la pérdida de valor social que han significado los gobiernos de los Kirchner, más que en ataques al peronismo clásico.

Sin perjuicio de lo anterior, hay un elemento adicional que puede ayudar al desafiante: el efecto “bandwagon”. Este fenómeno se refiere al arrastre que logra una candidatura que, sin ser favorita en un principio, va consiguiendo apoyos progresivos, y se instala como una alternativa seria y atractiva (de hecho, recibe su nombre por los carruajes que lideran los desfiles patrios en Estados Unidos, en los que generalmente va la banda que anima el espectáculo; la idea es que la banda, de alguna forma, va animando al resto del pueblo a sumarse a la caravana).

Tal como demostraron Nadeau, Cloutier y Guay en 1993 (en un artículo publicado enInternational Political Science Review), la opinión pública se mueve de forma significativa, en base a las tendencias de moda. Y en un escenario electoral como el que vive Argentina, este fenómeno puede desestabilizar el virtual empate entre Scioli y Macri, en favor de este último, por contar el primero con un favoritismo inicial, otorgado particularmente por distintos sondeos de opinión.

Así, no deja de ser paradójico que las mismas encuestas que daban por cómodo ganador a Scioli en primera vuelta, hoy sirven de base para alimentar las posibilidades de Macri. Es obvio que el gobernador de la provincia de Buenos Aires esperaba el triunfo en primera vuelta, y puede demorarse varios días en superar esta amarga sorpresa. Pero para entonces, puede ya ser demasiado tarde: si Macri utiliza bien los espacios, podrá aprovechar su segundo aire para aumentar su base de apoyo, y podrá conseguir lo que muchos han ansiado hasta ahora: terminar con la dinastía política de los Kirchner.

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