Columna publicada en El Líbero, 06.10.2015

Ayer conmemoramos un nuevo aniversario del triunfo del “No”, el hito más emblemático en el tránsito de la dictadura a la democracia. Conviene recordar que tras aquella histórica jornada del 5 de octubre de 1988 subyacen una serie de acuerdos ─algunos muy difíciles de construir y adoptar─ entre quienes constituían la oposición al régimen de Augusto Pinochet. Por cierto, esos acuerdos no sólo sentaron las bases de la victoria de la oposición democrática en el plebiscito, sino también los cimientos de los gobiernos de la Concertación.

Conviene recordar todo ello porque, de algún modo, la trayectoria institucional que comienza con el triunfo del “No” es tirada por la borda al plantear un proceso constituyente orientado no a una reforma más o menos profunda de la Constitución vigente, sino a su reemplazo total. Después de todo, no vivimos bajo la “Constitución de 1980”, sino bajo un texto que es fruto de casi tres décadas de convivencia democrática. Como explicara en su minuto Samuel Valenzuela, la “Constitución permanente de la Democracia Protegida” que vislumbraban el General Pinochet y sus colaboradores ─aquella que debía regir después del plebiscito de 1988─ en realidad nunca entró en vigencia. ¿Por qué? Precisamente por el proceso iniciado una vez que la oposición democrática aceptó que la base legal de la transición sería la carta surgida en 1980. Esa decisión condujo al triunfo del “No” el 5 de octubre, y también a las reformas a dicha carta plebiscitadas en 1989. Ellas alteraron buena parte de la fisonomía del texto original e impulsaron una evolución constitucional que continúa en marcha hasta el día de hoy.

No deja de ser significativo que el ex Presidente Aylwin califique como “su decisión más importante” el habérsela jugado por ese itinerario. En sus palabras, si bien ello “fue bastante complejo”, permitió “derrotar a Pinochet dentro de su propio marco institucional, sin alterar demasiado ni comprometer lo que podemos llamar una coexistencia pacífica entre los chilenos”. No es imposible pensar que la Constitución actual y todo lo que ella implica son, dependiendo como se mire, causa y consecuencia de esa convivencia en paz. Y basta recordar el ambiente que se vivía en los períodos de las “planificaciones globales” ─Frei Montalva, Allende, Pinochet─ para notar que dicha convivencia pacífica, con sus luces y sombras, es cualquier cosa menos algo trivial.

Desde luego, nada de lo anterior impide pensar en reformas y, de hecho, varias parecen sumamente deseables. El punto es que debiéramos apreciar más nuestro desarrollo institucional, en la medida que se trata de una evolución sin ruptura. Esa evolución incluye una Constitución firmada por Ricardo Lagos, cientos de reformas, y en último término remonta al mismo triunfo del “No” que ayer celebraban los líderes de la Nueva Mayoría. Ellos no parecen advertir cuán contradictorio resulta ese festejo con la pretensión de volver a fojas cero en materia constitucional. ¿Cómo es posible minusvalorar a tal punto la experiencia acumulada desde el retorno a la democracia y, al mismo tiempo, celebrar con tanta emoción y nostalgia su punto inicial? ¿Qué representa el 5 de octubre de 1988, sino el comienzo del camino que ahora se rechaza?

Alguien ─quienquiera de los que celebraron ayer─ debiera darnos una explicación.

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