Columna publicada en El Líbero, 15.09.2015

La falta de nombre del bullado “nuevo referente” de la oposición bien puede ser leída como el síntoma de algo más profundo. Desde luego, es probable que los equipos de publicistas y expertos en marketing que asesoran a los dirigentes de RN, PRI, Evopoli y la UDI logren, a fin de cuentas, hallar una marca ad hoc. Sin embargo, el solo hecho de que nos encontremos hablando de esto ─nótese el lenguaje─ pone de manifiesto el tipo de problemas (¿endémicos?) de la derecha chilena.

Tal como se ha dicho hasta el cansancio ─no hay peor ciego que el que no quiere ver─, buena parte de esos problemas hunde sus raíces en un déficit intelectual. La política, por supuesto, no se agota en ideas: requiere, entre otras cosas, liderazgo, trabajo en equipo y cierta clase de disposiciones morales. Con todo, es inviable desarrollar una actividad política fructífera y perdurable en el tiempo sin un norte más o menos definido. Y esto, que también es obvio, suele ser olvidado con frecuencia por la oposición.

Por de pronto, sus dirigentes han reiterado, y no sin razón, que el diagnóstico de la Nueva Mayoría fue errado. La duda, sin embargo, es qué quieren decir exactamente con eso, cuál es el alcance de esa aseveración. Detrás de la vorágine de reformas y del afán refundacional, ¿no había carencias reales de las que hacerse cargo? ¿No fueron esas carencias las que, al menos en parte, permitieron que tamaño despropósito hiciera sentido a miles de compatriotas? Yendo al fondo del asunto: ¿cuál es el diagnóstico de la sociedad chilena propio y distintivo de la oposición? (Lo mismo, dicho sea de paso, cabría interrogar a la DC, devenida en pseudo oposición al interior del oficialismo).

La pregunta es cualquier cosa menos irrelevante: si no hay claridad en el mensaje, si todo se reduce a un rechazo ─a las reformas, al gobierno, a lo que sea─, no habrá marketing que funcione. En rigor, es imposible construir algo así como un proyecto político únicamente a partir de una negación. Es por eso que la oposición necesita abrirse a otras perspectivas. Si desea articular un proyecto a la altura del Chile de hoy, ella debe recurrir a categorías y tradiciones diferentes a las utilizadas hasta ahora (en esto es lúcido el análisis de Hugo Herrera). ¿O acaso resulta sensato creer, por citar un par de nombres frecuentes en estos pagos, que una lectura simplona de Smith o de Hayek basta para enfrentar los desafíos del presente?

Piénsese, por ejemplo, en temas como las Isapres, la concentración económica (¿no influye ella en la creciente caída de la productividad?), la segregación y calidad de vida de las grandes ciudades o las diferencias entre Santiago y el resto del país. ¿Qué propone la oposición al respecto? Más aún: ¿qué nos dice ante la pérdida de legitimidad y el profundo cuestionamiento que, a veces con razón, experimentan nuestras instituciones? ¿Existe una réplica razonable y que haga sentido? ¿Algo más que índices y números que el ciudadano de a pie naturalmente experimenta como ajenos? ¿Hay, en suma, planteamientos capaces de introducir un sano reformismo que, además de advertir los defectos (reales) del Estado de Bienestar, busque corregir aquello que a todas luces está mal?

La derecha seguirá cavando su propia tumba mientras en ella predominen quienes creen que poner esos temas sobre la mesa implica “hacerle el juego a la izquierda”. No es fortuito, de hecho, que la (ex) Alianza haya sido incapaz de posicionarse como una opción atractiva (la Encuesta CEP es elocuente: la identificación con ella ni siquiera alcanza los dos dígitos, pese al hastío con el (des)gobierno). Para entender el porqué de todo esto, es útil recordar a Leo Strauss: hablando de los filósofos políticos clásicos, señala que ellos “no miran las cosas políticas desde fuera, como espectadores de la vida política”, sino que “hablan el lenguaje de los ciudadanos o estadistas: no usan ningún término que no sea familiar en la plaza del mercado”. Si la oposición quiere salir del marasmo, debiera comenzar por preguntarse qué le sobra y qué le falta para que algún día sea verosímil describirla de modo semejante.

Y la respuesta ─sobra decirlo─ no la dará el marketing.

Ver columna en El Líbero