Columna publicada en La Segunda, 27.07.2015

El gobierno parece haber descartado definitivamente la idea de una asamblea constituyente. Pero sería un error de proporciones creer que terminará la polémica.

Esa discusión dice relación con distintos modos de entender la democracia. Para algunos, parece consistir fundamentalmente en dar cauce a la “voluntad general”. Los partidarios de esta visión, que se remonta a Rousseau, suelen rechazar todo mecanismo que tienda a controlar u orientar la expresión de las mayorías.

Fernando Atria, por ejemplo, es un fiel exponente de esta manera de ver las cosas. El problema, sin embargo, es que siendo verdad que la democracia exige participación y un lugar destacado para dichas mayorías, no se reduce a eso. En este punto asoman las principales diferencias con el segundo modo de comprender una república democrática.

Esta segunda concepción, valorando y fomentando la participación ciudadana, también busca asegurar el respeto de ciertas reglas y derechos básicos y, por ende, evitar la opresión de los más débiles. Ese respeto exige establecer algunos límites a las mayorías, y también disponer un uso racional y limitado del poder político. Esa es precisamente la función de un texto constitucional, que es un instrumento ─entre otros─ consistente con esos objetivos.

Son este tipo de diferencias las que están detrás del apoyo o rechazo a la AC. Pero aún más importante, esas divergencias estarán en el centro del debate sobre la nueva Constitución. De hecho, ya se reflejan en las distintas aproximaciones al respecto. Por ejemplo, una cosa es advertir que la carta vigente tiene altas dosis de mecanismos supra mayoritarios ─en esto existe un creciente acuerdo─, y otra muy distinta abogar por un texto constitucional que funcione como ley simple, bastando mayorías momentáneas y no sujetas a controles para modificar sus disposiciones.

En este contexto, conviene notar que, tal como sugiere Charles Taylor, la primera visión parece incapaz de dar cuenta de las legítimas diferencias que conlleva la vida común. Con todo, quizás más relevante que eso es su olvido de los momentos revolucionarios, aquellos en que la voluntad del pueblo se deja ver. Y como vislumbrara Benjamin Constant, “hay pesos demasiado agobiantes para la mano de los hombres”.

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