Columna publicada en La Segunda, 15.07.2015

Tras la declaración de la Presidenta, el pasado fin de semana será recordado como uno de los peores momentos en la corta vida de la Nueva Mayoría. No hay claridad sobre aquello que debe hacerse, sino sólo, lamentablemente, sobre aquello que no debe volver a hacerse. Una lección de esta comedia de equivocaciones es que el “avanzar sin transar” no es el mejor principio para dirigir un gobierno. Al contrario, la experiencia de países como Inglaterra, Alemania o Estados Unidos sugiere que las reformas, para no ser resistidas, deben hacerse con moderación y buscando ciertos consensos mínimos. En dichas democracias, un cambio de signo político no implica tirar por la borda las políticas implementadas por la administración anterior. Por supuesto, habrá matices y cambios de fondo, pero promover una retroexcavadora estructural sería, en cualquiera de estos países, un suicidio político.

Lo más grave, en todo caso, no es que hayamos perdido año y medio discutiendo y aprobando reformas que hoy pocos defienden, sino que el país perdió una gran oportunidad para discutir y promover otras reformas para lograr mayor justicia social, sin afectar el desarrollo y el buen camino por el que ha transitado Chile desde los años 90. Tal como señalan Cobb y Elder en su ensayo de 1984 sobre formación de la agenda política, el período de campaña es una de las pocas oportunidades para poner ideas sobre la mesa. Estos autores explican que las ventanas para cambiar la agenda alcanzan un peak durante el primer año de gobierno, pero después comienzan a cerrarse, hasta el surgimiento de un nuevo ciclo electoral. Según esto, la actual administración ya no tendría espacio para plantear un nuevo proyecto social, sino que recién con la emergencia de nuevas candidaturas habrá ocasión para pensar y discutir nuevas ideas. Es de esperar que en ese próximo ciclo, las propuestas públicas se basen ya no en ideologías antojadizas ni en cálculos desprolijos, sino en fundamentos sólidos y razonables, que puedan ser discutidos de cara al país. De esta forma, la actividad política podrá contribuir al bienestar social del país, y no acabará dando explicaciones de lo que se debió haber hecho, pero que por alguna razón no se hizo oportunamente.

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