Columna publicada en La Tercera, 01.07.2015

En el Instituto de Estudios de la Sociedad editamos hace poco un libro sobre el principio de subsidiariedad. El debate que ha surgido en torno a él hizo evidente un problema: desde hace mucho tiempo que conceptos como “estado”, “mercado” o “sociedad civil” no son pensados ni discutidos a fondo en Chile.

La izquierda chilena, al parecer, se acostumbró a despreciar al mercado mientras asociaba lo estatal con lo bueno, lo digno y lo decente. También con lo público. La derecha, en tanto, se acostumbró a alabar al mercado mientras asociaba al Estado con lo corrupto, lo violento y lo arbitrario. El debate ha llegado a un nivel irreflexivo tal que a la izquierda no parece importarle que el aparato estatal esté capturado en muchos puntos por un puñado de grupos de interés y que su debilidad lo haga presa fácil de las presiones e intereses del gobierno de turno. Mientras tanto, a la derecha no parece preocuparle que la mayoría de nuestros mercados sean poco competitivos y que muchas de las tan alabadas pymes sean en realidad mano de obra barata y externalizada de las dos o tres empresas que roncan en cada área. Estas y otras muchas incogruencias dan la impresión de que la izquierda terminó feliz con un Estado sin ley y la derecha con un mercado sin competencia.

Para peor, es evidente que el mercado moderno depende en buena medida de la existencia de un Estado capaz de asegurar la gobernabilidad -el estado de derecho- y que el Estado depende, para financiarse, de la existencia de mercados que generen riqueza. Si falla una parte de la ecuación, la incertidumbre acaba con los dos. Esto sin mencionar la importancia de la sociedad civil -es decir, de las organizaciones que no tienen por objeto principal ni la administración del poder ni la maximización económica- que muchos, al ver puntos de encuentro, equiparan o bien al Estado (porque los “representa”), o bien al mercado (porque son “particulares”).

Así, por no pensar, terminamos en la cueca en pelotas. Y es que resulta bastante sorprendente que a pesar de que pasan horas discutiendo sobre el bien público, ni la izquierda ni la derecha tengan más o menos claro de qué hablan cuando hablan de Estado o mercado, ni tengan una visión coherente y un proyecto respecto a la adecuada articulación entre ambos y la sociedad civil ¿No es eso, acaso, tener una visión política? Ha sido tanto el descuido, la maniobra retórica y el contrabando de intereses, que conceptos tan importantes para la discusión pública han terminado desfigurados.

Esta situación muestra, además, el aporte que pueden hacer la academia y los intelectuales al debate público. No se trata de reemplazar a los políticos, pero si no hay nadie pensando este tipo de cosas y discutiéndolas es difícil que vayan cuajando horizontes políticos razonables respecto a los cuales los ciudadanos podamos tomar partido. Y en vez de política seguiremos zapateando a poto pelado en un confín olvidado del mundo, jurando que Hayek, Giddens, Rawls y quién sabe quién más nos avivan la cueca.

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