Columna publicada en El Líbero, 30.03.2015

Hace algún tiempo era la “crisis del modelo”. Hoy la relación entre dinero y política, y la desafección entre ésta y la ciudadanía. Pareciera que en nuestro país se cumple a la perfección eso de que una democracia siempre conlleva tensiones. Por lo mismo, y más aún si miramos el tipo de discusiones que estamos teniendo desde hace algunos años a la fecha, pareciera imprescindible, tal como sugiriera Daniel Mansuy en “Rehabilitar la política”, llevar adelante una crítica política razonada de nuestra estructura institucional y del tipo de progreso experimentado por Chile durante las últimas décadas.

Un ejercicio de ese tipo exige repensar ciertos conceptos, y la subsidiariedad es uno de ellos. Así se explica la publicación de Subsidiariedad. Más allá del Estado y del mercado, libro colectivo editado por el Instituto de Estudios de la Sociedad, en el que diversos académicos reflexionan acerca del verdadero significado e implicancias de este principio y de la particular recepción que éste ha tenido en nuestro país.

Entre las principales conclusiones que arroja la lectura de este libro está, por una parte, que la subsidiariedad no se aplica sólo en la esfera económica, y, por otra, que ya sea en ese ámbito o en cualquier otro, el contenido de este principio es bastante más complejo y menos unívoco de lo que muchas veces hemos pensado en Chile. A diferencia de lo que varios ―probablemente con la mejor de las intenciones― han planteado, la subsidiariedad no es sinónimo de Estado mínimo, pasivo o cuya actuación está llamada a ser necesariamente provisoria.

Ciertamente esas podrían ser posibles aplicaciones del principio. Pero, dado el carácter práctico y dinámico de la subsidiariedad, ello siempre dependerá de las circunstancias específicas del caso. Porque, siendo rigurosos, el principio de subsidiariedad ni siquiera dice relación únicamente con el Estado. Se trata, antes que todo, de un principio político y jurídico que busca proteger las competencias de las agrupaciones y comunidades a las que naturalmente da lugar la sociabilidad humana. Dicha protección, desde luego, puede exigir cierta abstención. Pero también ayuda, apoyo o alivio, como se desprende de la raíz etimológica de subsidiariedad.

Lo anterior, además, permite entender su amplio campo de aplicación: familia, educación, economía, descentralización, e incluso, como bien advierte Manfred Svensson en el artículo que escribió para el libro, el modo de entender el pluralismo contemporáneo. En efecto, si el principio de subsidiariedad persigue resguardar la libertad y la vitalidad de los grupos y comunidades humanas, ello necesariamente impactará en los más variados ámbitos. La vida humana se da en un contexto de pluralidad social ―múltiples y diversas asociaciones de personas unidas por objetivos compartidos―, y es a esa realidad a la que pretende hacer justicia esta idea (que ancla sus raíces en Aristóteles y cuenta con un amplio desarrollo hasta nuestros días, en varias tradiciones de pensamiento).

Basta repasar algunos debates del último tiempo para notar cuán útil puede resultar una renovada reflexión sobre la subsidiariedad. De inmediato podemos pensar en las relaciones entre Estado y mercado, pero el asunto es más profundo. El año pasado discutimos acaloradamente sobre la situación de los colegios particulares subvencionados. Durante el 2015 se prevé una disputa no menor respecto de la educación superior y, en particular, sobre el financiamiento público de las universidades tradicionales no estatales. La tragedia ocurrida estos días en el norte ha puesto sobre la mesa, una vez más, el abandono de nuestras regiones y el desajuste entre el pueblo chileno y su territorio, del que ha hablado Hugo Herrera. Y así podríamos seguir.

Por lo mismo, vale la pena volver la mirada sobre este concepto. Se trata de una idea robusta y compleja, que en muchos lugares es considerado un sano criterio rector de la vida social (basta pensar en la Unión Europea). Todo indica que en Chile lo hemos mirado con ojos demasiado reduccionistas, pero nunca es tarde para cambiar el rumbo. En ese sentido, este libro busca contribuir a un debate que en la actualidad parece más necesario que nunca.