Columna publicada en La Tercera, 18.03.2015

Nuestra clase dirigente parece enfrentada a un dilema que ningún político se atreve a formular explícitamente, y que puede describirse como sigue: o bien investigar a fondo la arista Soquimich -cuyas consecuencias parecen imprevisibles-, o bien encapsular administrativamente el caso, instrumentalizando para ello al Servicio de Impuestos Internos.

Supongo que muchos justifican calladamente la segunda alternativa desde Weber y la ética de la responsabilidad: ¿qué sentido podría tener abrir en estos momentos una caja de pandora imposible de controlar?, ¿quién querría hacerse cargo de una crisis sistémica inducida por un desplome general de la confianza?, ¿cuánto vale la credibilidad del SII en comparación con la estabilidad general? Como sea, el raro y unánime silencio que rodea al caso Soquimich autoriza, al menos, a ponerse sospechoso (sólo tres diputados firmaron el oficio que pide al SII querellarse contra Soquimich).

Sin embargo, el dilema tiene mucho de falaz y además reposa sobre una radical incomprensión de nuestra situación sociopolítica. Nuestros dirigentes tienen un serio problema de orientación práctica, porque están demasiado lejos del ciudadano corriente. No hay otro modo de explicar las reacciones sistemáticamente torpes e insuficientes. Baste mencionar la tardía renuncia de Silva disfrazada de generosidad (¿?), o el silencio de Bachelet respecto de su hijo. El dilema es falaz porque asume que la crisis puede contenerse con un nuevo pacto de silencio que cubra todo lo obrado en función de algún bien superior. Sin embargo, ya no quedan dirigentes capaces de dotar de viabilidad política a una salida de esa naturaleza. En rigor, barrer debajo de la alfombra sólo aumentará la presión sobre un sistema cuya capacidad final desconocemos.

Desde luego, limpiar la casa no es tarea fácil. Exige abrir las ventanas, mover los muebles, mirar debajo de las camas y desinfectar. Pero lo más importante es tener ganas de limpiarla. Si la clase política no es capaz de hacer algo así -porque perdió el hábito, porque tiene vergüenza de mirarse a sí misma, o simplemente porque no le interesa la casa común-, estaremos abriendo la puerta a cualquier tipo de caudillismo.

En otras palabras, es indispensable que los políticos asuman sus responsabilidades, lo que ahora implica estar dispuestos a liberar toda la información relativa a Soquimich. Ellos -por más que lo nieguen- tienen las herramientas jurídicas para llegar hasta las últimas consecuencias y, por lo mismo, es muy grave que las estén utilizando para proteger a su propia casta. Si siguen optando por el silencio cómplice, quizás pierdan su última oportunidad de redimirse impulsando una refundación auténtica de nuestras instituciones (que no pasa por una asamblea constituyente). Terminarán entonces encerrados en sí mismos, y cargarán con la responsabilidad histórica de haber dañado gravemente, en función de sus intereses personales, una democracia que tanto costó construir, sin jamás haber vislumbrado que la República no puede subsistir sin una conciencia clara de los deberes de cada cual.