Columna publicada en Chile B, 13.02.2015

Los acontecimientos de los últimos meses han mostrado una vez más, por duro que sea decirlo, la bajeza de buena parte de nuestra dirigencia política. El Pentagate y el Nueragate ―por citar los más conocidos― y la forma cómo ellos se han utilizado por los respectivos adversarios, es solo un reflejo más de la mezquindad que se ha incubado en la política chilena. Pero eso no es todo, tal como se advierte al reparar en, el nivel del debate político donde: insultos, descalificaciones, mentiras y frivolidades marcan una discusión que carece, cada vez más, de verdadero contenido. Así, no pueden extrañarnos la baja popularidad y confianza que, salvo muy contadas excepciones, tenemos los chilenos en los partidos, el Congreso y los dirigentes de lado y lado.

Ante esta situación, resulta muy atingente la reflexión de Daniel Mahoney en su libro The Conservative Fundations of the Liberal Order, sobre el arte del gobierno en los regímenes democráticos. Mahoney argumenta que, a pesar de sus grandes beneficios, la democracia tiene efectos negativos ―algo que hoy nos cuesta incluso sugerir―, y entre esos efectos negativos se encuentra una cierta tendencia a la mediocridad. Hay una desidia frente la grandeza humana, propia diferencia del pensamiento político clásico, pues percibimos en ella un cierto olor a “elitismo”, que automáticamente es rechazado por nuestras sociedades igualitarias.

Lo anterior parece  muy plausible. Vivimos en una sociedad de masas ―un mundo estandarizado―, que resta importancia a la acción de los grandes hombres en la configuración del curso de la historia. Ya no aguardamos el pensamiento y la acción de los grandes estadistas, cuyas cualidades de alma son, según Mahoney, indispensables para “defender, reformar y fundar un país libre”. Aquí es inevitable no recordar a  Tocqueville, quien insistía en que las virtudes y los vicios de unos pocos todavía tienen el poder de moldear el destino de los pueblos.

Mahoney hace especial referencia a Winston Churchill, de quien acabamos de conmemorar los 50 años de su muerte. Este político conservador inglés no solo fue un gran estadista. Fue a juicio de muchos, el gran defensor de la civilización cristiana y liberal ―así la denominaba él― frente a las amenazas totalitarias,  a la vez que sumamente consciente de los peligros de una democracia ilimitada; fue un gran orador, escritor —obtuvo el premio Nobel de Literatura en 1953— e historiador. Era un hombre que, según consta en varios antecedentes, fue capaz de cultivar  grandes virtudes: sentido de justicia, magnanimidad, prudencia, liderazgo, nobleza. Al igual que una sana ambición, que trascendía la mera búsqueda de poder. Y era, al mismo tiempo, un hombre con las debilidades y ambigüedades propias de la naturaleza humana.

Como bien afirma Mahoney, el orden de la justicia democrática necesitará siempre de la grandeza para sostenerse a sí misma. El estudio del pensamiento y la acción de los grandes estadistas, por lo mismo,  es crucial para la salud cívica y moral de los pueblos democráticos. En especial en circunstancias como las nuestras. Con eso en mente, uno puede acercarse a las vidas, pensamientos y obras de personajes cruciales como Moro, Lincoln, de Gaulle o Churchill, quienes fueron capaces de ir más allá de sus propios intereses en búsqueda del bien de la nación.

Vale la pena repasar, y en lo posible imitar —sobre todo quienes se dedican a la política—,  la vida, el pensamiento y la acción de estos hombres y mujeres. Tal como recomendaba Leo Strauss en una declaración espontánea que hizo en clases en la Universidad de Chicago, el 25 de enero de 1965, a propósito de la muerte de Winston Churchill. Sus palabras fueron elocuentes: “El estudio de la política  tiene un deber muy alto: recordarnos a nosotros mismos sobre la grandeza política, sobre la grandeza humana, sobre las cumbres de la excelencia humana”. Y es que ese estudio, en rigor, es necesario para la comprensión de la altura que la política, sobre todo la política democrática, debe en principio alcanzar. ¿O será que estoy pidiendo demasiado?