Columna publicada en La Tercera, 14.01.2015

Se está volviendo una costumbre la visita políticamente significativa de intelectuales de alto nivel a Chile. Daron Acemoglu y James Robinson, Niall Ferguson, Jesse Norman y, ahora, Thomas Piketty han sido recibidos con expectación por nuestro medio. Sin embargo, esa muy chilena mezcla de obsesión por la opinión de los extranjeros sobre nosotros y total desinterés por cualquier otra cosa que tengan que decir nos está jugando una mala pasada, especialmente cuando se da en combinación con nuestra pereza lectora y el persistente intento de clasificar todo lo que se diga u ocurra en el mundo en las coordenadas de la izquierda y la derecha chilenas.

El caso de Por qué fracasan los países, el libro de Acemoglu y Robinson que estaba de moda por esta misma fecha el año pasado, es un buen ejemplo de los errores a los que puede conducir esta forma de procesar las ideas: luego de que la izquierda lo planteara como la Biblia del “nuevo ciclo” y la derecha lo atacara apelando a cualquier cosa, los autores vinieron a Chile y defraudaron a moros y cristianos con sus posturas. Al poco tiempo, del libro y de sus autores no se habló más.

En este mismo sentido, lo que está ocurriendo con Piketty amenaza con ser incluso más escandaloso. Da la impresión de que casi ninguno de los incumbentes en la discusión llevada adelante en los diarios y las revistas ha leído su libro. Esto se nota en que una y otra vez se resume el contenido de sus casi 700 páginas en la idea de que “el rendimiento del capital es superior a la tasa de crecimiento de la economía”, que es lo que se consagra en su contratapa. Al respecto, el propio autor señaló que si su libro se tratara simplemente de eso y de su propuesta de un impuesto global al capital “sería de 10 páginas”. 

El segundo y definitivo indicio de que algo anda mal con la lectura del libro es que no se discute a fondo ninguna de sus tesis. De hecho, el debate parece reducido a un choque entre la posición “yo de izquierda, Piketty de izquierda, Piketty bueno” y la postura “yo de derecha, Piketty de izquierda, Piketty malo”.

Nuestra deliberación pública se encuentra, entonces, en la situación de esos cursos flojos que dependen para un examen de que el único mateo de la clase haga un resumen, y éste, por alguna razón, no lo hace. Parece que, a diferencia de los casos anteriores, nos falló el resumidor: institución central de la vida escolar y universitaria en un país donde, en las memorables palabras de Andrés Bello, “nadie lee”. 

Luego, lo que probablemente ocurrirá será algo parecido al sketch de “Plan Z” llamado “La última entrevista a John Lennon” en el que éste es abordado por un periodista chileno que no tiene mucha idea de con quién está hablando: terminaremos preguntándole a Piketty qué opina de Chile, del “modelo”, de las empanadas y del Transantiago. La gente de derecha dirá que está equivocado “en todo”, la de izquierda que tiene razón “en todo” y, finalmente, seguiremos nuestra rutinaria discusión sobre “más Estado” o “más mercado”,  a la que los argumentos de su libro -ya que nadie lo resumió- no están invitados.