Columna publicada en La Tercera, 19.11.2014

Este año se ha registrado un crecimiento de lo que se podría llamar “derecha universitaria”. Lo más vistoso de ese fenómeno, por cierto, ha sido el triunfo del Movimiento Gremial en la Feuc, pero también hay articulaciones políticas competitivas en varios otros puntos del panorama estudiantil. Junto a ello, se ha producido también un crecimiento sustantivo de las facciones algo más radicalizadas de la izquierda.

Lo ocurrido podría ser leído como un retorno a la nimiedad de la política universitaria bajo la pax concertacionista de antaño. Esto, si se creyera que lo que va al alza es la despolitización en sus dos formas características: la de la “ultra” sobreideologizada y el “gremialismo” dedicado a la producción de eventos festivos para “no politizar los cuerpos intermedios”.

Sin embargo, esta lectura no parece razonable. Estamos concluyendo un ciclo de crecimiento y articulación de la centroizquierda universitaria que, en los hechos, terminó siendo el salvavidas político programático de la Nueva Mayoría (que está dispuesta hasta a quitarle plata a la Junji y a Integra para ofrecer sacrificios a los ex-movilizados). Ese proceso repolitizó las universidades, profesionalizó las disputas por sus cargos de representación y culminó con el desgaste que significa para todo movimiento llegar al poder. Lo que está por verse es si la visión de país fraguada en las aulas logra ser traducida en algo que funcione en el mundo.

En el caso de la derecha, lo ocurrido a nivel universitario valida las virtudes de la sana competencia. La generación que hoy se acerca al poder es hija del trauma del 2011, el año en que “se vieron desnudos y sintieron vergüenza” frente a sus pares de izquierda. Por eso muestra una renovación bastante radical en sus discursos y prácticas, que rompen con la naturalización del razonamiento economicista, con la verticalidad en las estructuras políticas y con la despolitización de las personas.

El resultado de esto, hasta ahora, es una estética y un horizonte político centrado en conceptos como sociedad, comunidad y colaboración. Un discurso que define lo público como el espacio de la sociedad civil en vez de como lo estatal. El desafío que tienen, por supuesto, es convertir ese discurso en una práctica y en una propuesta política que pueda competir con “el otro modelo”, “el régimen de lo público” y los “derechos sociales”.

En tanto, la derecha partidista intenta apropiarse de lo logrado por estos jóvenes de manera algo tosca: celebrando sus triunfos como “el retorno de nuestras ideas”, siendo que es más o menos evidente que los ejes discursivos y el horizonte político delineado por los universitarios tiene importantes puntos de tensión con el ideario que se pretende “rescatado”, el cual, por lo demás, está constituido por ideas que, a estas alturas, han sido mucho más repetidas que desarrolladas (dada la poca valoración del sector por la actividad de pensar).

Y es que, lamentablemente, la desnudez intelectual en quien no logra percatarse de ella, parece no producir vergüenza, sino lo contrario.