Columna publicada en El Líbero, 02.11.2014

El Comité sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad de Naciones Unidas las emprendió hace poco contra la versión mexicana de la Teletón. De ella, criticaron la supuesta promoción de estereotipos sobre las personas con discapacidad y el posicionamiento de los discapacitados como personas de caridad en vez “de derecho”. Finalmente, intentaron resaltar el deber del Estado en la rehabilitación de las personas en oposición al carácter privado de la institución.

Esta crítica tuvo un eco inmediato en Chile en los sectores de la izquierda ilustrada que siempre han considerado que la Teletón es la manifestación de una deficiencia del Estado en vez de una señal de fortaleza de la sociedad civil organizada. Así, una vez más, se inició una campaña mediática de desprestigio contra el organismo. El gobierno de Chile, sabiendo la fortaleza popular y el arraigo de la institución, optó por defenderla, al mismo tiempo que destacó los esfuerzos que se estarían realizando desde el Estado en pos de los discapacitados.

Ante esta situación, bien vale invitar a un ejercicio de reflexión desde la experiencia chilena respecto a las críticas de la ONU.

En primer lugar, debemos preguntarnos si la exposición de los discapacitados en la campaña de la Teletón es humillante. Algunos consideran que el mero hecho de exponer públicamente a los discapacitados lo es. Otros piensan que el hecho de exponerlos para, a partir de sus casos, solicitar ayuda de otros, los sitúa en una condición que los humilla, pues los muestra como necesitados de auxilio.

La primera postura se derrota a sí misma porque implica la idea de que la propia condición de discapacidad es humillante o que vuelve menos valiosa la vida de quien la sufre. No es para nada raro, entonces, que quienes la defienden tengan afinidad con la promoción del aborto de los niños que vienen al mundo con alguna discapacidad (lo cual ahorra a los sistemas públicos, justamente, costos de rehabilitación). Tal es el caso, irónicamente, de varios de los países de la ONU.

La segunda postura es más interesante. Nos pregunta si quien pide se humilla y si el hecho de depender de otros nos menoscaba. Respecto a lo primero, habría que decir que no hay buenas razones para juzgar como humillante el acto de solicitar apoyo para una buena causa. Es la idea que Frei Montalva alguna vez resumió en la frase “no se humilla quien pide por la patria”. Sobre lo segundo, es bueno partir por aclarar que todos, sin excepción, hemos dependido en mayor o menor medida de otros. Nadie viene al mundo como ser autónomo. Y también es bueno señalar que los casos presentados por la Teletón, y la propia labor de la fundación, tienen por horizonte la rehabilitación y la integración de los discapacitados, ¿dónde está entonces el “estereotipo”? ¿Es un estereotipo negativo mostrar a los discapacitados como personas que requieren de nuestra ayuda para rehabilitarse e integrarse? Tal juicio parece carecer de fundamento.

Podemos, entonces, preguntarnos por el problema del rol del Estado. Quienes señalan que todo lo que la sociedad civil haga por sí misma demuestra un déficit del Estado, hacen eco de los jacobinos que intentaban suprimir a todos los organismos intermedios para que nada entorpeciera a la “voluntad general”. Sin embargo, esta idea termina la mayoría de las veces en el desinterés total de quienes tienen el poder y de quienes no lo tienen respecto a los más débiles, mezclada con la incapacidad del aparato estatal de asumir muchas funciones. La razón la explicó bien Benedicto XVI en un pasaje de la encíclica Deus Caritas Est: “El Estado que quiere proveer a todo, que absorbe todo en sí mismo, se convierte en definitiva en una instancia burocrática que no puede asegurar lo más esencial que el hombre afligido —cualquier ser humano— necesita: una entrañable atención personal (…), lo que hace falta no es un Estado que regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye, de acuerdo con el principio de subsidiaridad, las iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales y que unen la espontaneidad con la cercanía a los hombres necesitados de auxilio”. Caridad -aunque moleste a algunos- significa amor. Y la burocracia no ama.