Columna publicada en El Líbero, 28.09.2014

El libro “La Gran Sociedad” del parlamentario inglés Jesse Norman acaba de agotar su primera edición en Chile. Y su potencial para encender el debate público es amplio.

Ha pasado un tiempo desde que Daniel Denett habló sobre las brutales consecuencias que tendría en el mundo moderno el colapso de Internet. Sus palabras fueron elocuentes: “es cuestión de tiempo que la red caiga y lo único que digo es que deberíamos prepararnos: antes solía haber clubes sociales, congregaciones, iglesias, etcétera. Todo eso ha desaparecido o va a desaparecer. Si tuviéramos otra red humana a punto… Si supieras que puedes confiar en alguien, en tu vecino, en tu grupo de amigos, porque habéis previsto la situación, ¿no estarías más tranquilo?”.

Lo interesante de este comentario, más allá del escenario catastrófico, es lo que deja en evidencia respecto a cómo vivimos hoy: aunque internet jamás colapsará, vivimos vidas en las cuales la capacidad de usar nuestra libertad para construir cosas en común con otros se ha ido perdiendo. Nos hemos ido volviendo adictos y dependientes a arreglar todo pagando dinero a algún privado para que se haga cargo o bien impuestos para que “el estado” solucione nuestros problemas. Esto, por supuesto, ha generado ventajas de coordinación: al volver más débiles nuestros vínculos y reconducirlos institucionalmente (por la vía del mercado o de los “derechos”) los volvemos también más eficientes.

La pregunta es si estamos perdiendo algo valioso al someter todas nuestras relaciones a esta lógica. Y la respuesta del libro de Norman es que sí. Que estamos perdiendo algo que no puede ser reemplazado por sucedáneos estatales o privados. Y que no nos damos cuenta de ello porque llevamos demasiado tiempo pensando que la sociedad se reduce o bien al mercado (como piensa la derecha economicista) o bien al estado (como piensa la izquierda estatista).

Lo que estamos perdiendo es nuestra capacidad de actuar libremente en conjunto con otros para alcanzar fines que no sean egoístas. Estamos perdiendo nuestra confianza en los demás. Y lo paradójico es que sin esa base de confianza se vuelve imposible la operación tanto de los estados como de los mercados modernos.

Lo notable de la acusación del libro es que golpea tanto a la derecha economicista como a la izquierda estatista: les enrostra el hecho de cultivar ambas una antropología humana negativa y decadente: ver a los seres humanos como cerdos movidos por bajos instintos, egoísmo y flojera. En otras palabras, como entes pasivos que requieren ser conducidos por el interés económico o el mandato estatal para actuar correctamente. Frente a esta idea, Norman reivindica una visión antropológica que llama “activa” y que entiende al ser humano no como un ángel, pero sí como alguien movido por intereses autónomos, capaz de generosidad con sus cercanos y deseoso de desarrollar sus capacidades.

La alternativa que propone el libro es dejar de pensar en el binomio estado/mercado y entender a la Sociedad Civil como una fuerza autónoma capaz de grandes cosas. De grandes cosas como la Teletón, el Hogar de Cristo, la crianza de los niños (sí, la familia es una sociedad civil) o cualquiera de los miles de ejemplos que aparecen cuando nos sacamos los anteojos que heredamos de la Guerra Fría. Y, lo mejor de todo, es que no necesitamos que internet colapse para poder verlos y reconocer lo importantes que son y lo mucho que cambiaría nuestra vida juntos si nos tomáramos en serio sus posibilidades.