Columna publicada en Chile B, 25.09.2014

La eutanasia es un tipo de suicidio asistido. La razón que supuestamente la justificaría es el sufrimiento del solicitante, que le hace considerar que su vida no merece ser vivida. Este sufrimiento, al parecer, tendría que tener una naturaleza física para distinguir la eutanasia de cualquier tipo de suicidio asistido. Así, quienes la promueven la defienden para casos de “extremo padecimiento físico”, pero no para casos de “extremo sufrimiento personal”, independiente de su origen.

Lo primero que hay que aclarar, entonces, es que esta distinción es espuria. La pretensión de considerar un derecho que alguien sea asesinado (o “ayudado a morir”) si su padecimiento físico lo hace solicitarlo pero negar ese derecho a personas que sufren intensamente por otros motivos no parece tener fundamentos sólidos. Lo único que podría esgrimirse es que la persona que solicita un suicidio asistido lo hace porque no puede hacerlo por sus propios medios (físicos, nuevamente), pero hay muchas personas que, queriendo suicidarse, no logran hacerlo de manera eficiente, se encuentran impedidos moralmente o lo hacen de maneras que ponen en peligro a otras personas (los casos de suicidio con cianuro o con gas son un buen ejemplo de esto).

Luego, si el suicidio asistido fuera considerado un derecho, sería completamente injusto que se excluyera de ese derecho a todas las personas que sufren brutalmente por razones distintas a las físicas y que se encuentran impedidas de cometer suicidio por motivos distintos a los físicos. Si fuera considerado un derecho, debería ser un derecho al que todos pudiéramos acceder. Un servicio que fuera prestado en cualquier institución médica del país y cuya provisión estuviera asegurada por parte del estado a quienes no pueden pagarlo. De ese modo no habría que someter a quienes no están impedidos físicamente para suicidarse de realizar actos tan molestos para ellos y para los demás como saltar de un edificio o arrojarse en horario punta a las líneas del metro.

Ahora bien, si le parece que el razonamiento que he desarrollado hasta ahora es frío y descorazonado, es porque lo es. Lo que pasa es que el suicidio asistido es un acto frío y descorazonado. Es dejar que alguien que se encuentra en una situación desesperada sea tratado con total indiferencia por la comunidad que lo rodea. Es confirmarle a quien siente que su vida no tiene sentido que no lo tiene, y matarla. Es una crueldad, no de su parte (pues es una persona desesperada) sino del resto, que en vez de hacerse la pregunta respecto a por qué alguien querría quitarse la vida, simplemente le concede ese deseo a esa persona. Es, en fin, tratar un síntoma como si fuera la enfermedad. Y extinguir una vida humana.

El “derecho al suicido asistido” que exigen quienes defienden la eutanasia trivializa la vida humana. Distingue “vidas que merecen ser vividas” de otras que no. Y, a la larga, eso vuelve irrelevante que la persona que es asesinada lo solicite o no. Si hay sufrimientos “objetivamente insufribles” o si la esperanza de vida de la persona es “objetivamente muy poca”, basta para despacharla, especialmente en sistemas públicos donde eso libera camas y recursos médicos que otros con mejor pronóstico necesitan.

Y este “derecho” contiene también otro mensaje: le notifica a quienes en ciertos momentos de su vida podrían no ser más que una carga para los demás, que lo correcto en esos casos es matarse. Que es egoísta no hacerlo. Que uno sólo puede reclamar el derecho a vivir entregando algo útil a los demás a cambio. Y que una vez que uno es inútil, el único derecho que le queda es el derecho a morir.

En este caso, como en el del aborto, los progresistas intentan que la barbarie que están defendiendo no sea transparente a la vista de todos. Al igual que cuando afirman que es mejor que asesinen a los niños no deseados “porque sus vidas serían muy tristes si nacen”, en este caso nos llaman a asesinar a aquellos que sufren o que no tienen utilidad económica. Todo esto en nombre de un “progreso” que, a la luz de lo propuesto, terminaría por convertir la civilización en un gran campo de concentración.