Columna publicada en Qué Pasa, 15.08.2014

De todos los males que afectaban a Chile que Vicente Huidobro enumeró en su “Balance patriótico” de 1925, hay uno que mostró durante todo el siglo XX una notable resistencia y que, luego de dos décadas en que pareció retroceder, hoy vuelve con renovada virulencia: la tontera grave.

¿Qué es la tontera grave? Huidobro la define con dureza como “esa desconfianza del idiota y del ignorante que no sabe distinguir si le hablan en serio o si le toman el pelo”. Es la reacción defensiva de quien es incapaz de matizar, de reflexionar libremente o de reírse de sí mismo. Es el odio a toda ironía, contradicción o ambigüedad manifestada en la existencia. Es la ausencia, en suma, de sentido del humor, que no distingue sexo, raza, edad o condición humana.

Si algún día se escribe la historia de la tontera grave en Chile, uno de sus grandes momentos será el relegamiento noventero de Los Simpson, la mejor serie animada del siglo XX, al horario de trasnoche con una enorme “A” que la señalaba como un programa exclusivo para adultos. Situación que tuvo un eco autoritario en Venezuela, donde el régimen chavista la prohibió el 2008.

¿Pero por qué una serie que con el pasar de los años se convertiría en el gran salvavidas de Canal 13 y que sería transmitida día y noche por la estación sufrió tal calificación en un principio? En su momento, se consideró que era una serie reñida con los “valores familiares”. Se veía en esta disfuncional familia liderada por un calvo, borracho y mediocre Homero nada más que una descarnada crítica a la decadencia moral de Estados Unidos. No se creía, al parecer, que hubiera nada positivo en su mensaje. Y era esta opinión la que muchos repetían como loros, antecedida por un “no la he visto, pero…”, que aclaraba que habían tenido esa precaución.

Teniendo claro que ha pasado mucho tiempo, creo que al cumplirse estos 25 años desde que la creación de Matt Groening viera la luz, bien vale hacerle un desagravio y contarle a esos señores que me hicieron quedarme despierto hasta altas horas de la noche cada viernes una parte de lo que yo, que crecí viendo Los Simpson, pude aprender de ellos.

Me gustaría contarles que no creo haber visto otra serie más “pro familia” que Los Simpson. Por sobre todos los problemas y las miserias del mundo y de cada ser humano, la  unidad a la que Marge y Homero han dedicado su vida y lo han sacrificado todo, prevalece. Bart es un niño producto de un embarazo no deseado y un desastre en el colegio, Lisa es una niña genio incomprendida por padres con poca educación y Maggie es una guagua cuyo padre rara vez recuerda que existe, pero por cada uno de ellos – y eso queda claro capítulo tras capítulo- Homero y Marge harían cualquier cosa. Si hay un mensaje fuerte y claro en Los Simpson es que, como dijo Juan Pablo II, “el amor es más fuerte”.

Lo que no hay en la serie son idealizaciones del mundo: la mediocridad, la debilidad frente a la tentación y la bajeza humana es retratada en la misma proporción que todo lo bueno. Y lo que yo aprendí viéndola fue que uno puede ser feliz en un mundo que no es perfecto, del que uno mismo es otra imperfecta parte. Y también a tomarme con humor esa imperfección. La serie, en otras palabras, fue una cura a la tontera grave, una terapia para el espíritu y una lección de crítica inteligente. Y no puedo sino, tantos años después y en medio de la amarga polarización actual, agradecerlo. E invitar a todos a verla y a recuperar la risa, que no tiene sustituto en este mundo.