Columna publicada en Chile B, 6.01.14

Pesebre-1-677x300Cristóbal Bellolio ha apuntado uno de sus últimos dardos mediáticos al Palacio de La Moneda por el emplazamiento de un pesebre navideño. Su primer artículo al respecto en el farandulero periódico Las Últimas Noticias puede consultarseaquí. Esta intervención tuvo como respuesta un artículo de Gonzalo Oyanedel en Chile B titulado ”Estado laico, por favor. Estado laicista, jamás”. La columna de respuesta de Bellolio a Oyanedel apareció al poco tiempo en Ciudad Liberal.

El argumento de Bellolio, en su mejor versión, es el siguiente: Bellolio está en contra de que se ponga un pesebre en La Moneda porque considera que: a) Todo Estado liberal debe respetar el principio de neutralidad a-religioso, y si no lo hace es un Estado anti-religioso o religioso, no liberal; b) Respetarlo significa que no debe ser espacio de promoción de creencia alguna (“neutralidad aséptica o excluyente”), ya que si lo es de todas (“neutralidad inclusiva o pluralista”), excluye a los no creyentes c) Toda expresión religiosa en un espacio gubernamental debe considerarse como un acto de promoción de un credo (no así las expresiones “culturales”); d) Un pesebre es una expresión religiosa; e) El Gobierno de Chile puso un pesebre en el Palacio de Gobierno en Navidad; f) Entonces el Gobierno de Chile no actuó de acuerdo al principio de neutralidad a-religioso, sino que actuó como si fuera un estado religioso, no liberal.

Oyanedel, por su parte, ataca tres puntos del argumento: a) La “neutralidad aséptica o excluyente” del Estado es en realidad anti-religiosa (laicista) porque hostiga a los creyentes y termina por instalar una  cultura o “religión” laicista, cuando lo correcto es que un estado liberal sea a-religioso (laico); b) Un Estado laico no busca homogeneizar la esfera pública; c) Un Estado laico puede incorporar festividades y símbolos de raíz religiosa que son compartidos más allá de las creencias religiosas por la comunidad política.

Bellolio, finalmente, responde a Oyanedel diciendo que: a) La “neutralidad aséptica o excluyente” no es anti-religiosa, sino a-religiosa, pero es estricta (“real”) al momento de exigir neutralidad al Estado; b) La neutralidad del Estado no homogeniza la esfera pública, sino que evita su captura por grupos que busquen promover su propia visión religiosa; c) No es oponible al principio de neutralidad “real” la vinculación de una expresión religiosa a la tradición histórica o cultural de la nación del estado en cuestión y d) Una expresión puede considerarse “cultural”, a diferencia de “religiosa”, cuando no afirme entidades sobrenaturales. Hay expresiones de raíz religiosa que se vuelven “culturales” al “secularizarse” (entendido como dejar de afirmar entidades sobrenaturales).

Respecto a esta discusión, me gustaría señalar algunas cosas.

1) Bellolio pretende afirmar que lo cultural no es religioso y que lo religioso no es cultural, pero sin explicar bien por qué. Y lo cierto es que lo realmente complicado es distinguir qué expresión cultural no tiene un orígen religioso. Muchos antropólogos, como René Girard, consideran que el origen de las normas que posibilitan la cultura está intrínsecamente vinculado a lo sagrado. Es decir, lo sagrado —lo ”metafísico”— sería lo cultural por excelencia. Algo similar afirma el antropólogo Roy Rappaport —quien no puede ser acusado de pretender promover credo alguno, siendo dado a las explicaciones ecologistas de la cultura— en ”Ritual y religión en la formación de la humanidad”: ”Es (…) plausible suponer que, aunque fuera de la posibilidad de demostración, los orígenes de la religión, si no son los mismos que los de la humanidad, están estrechamente conectados”.

La respuesta de Bellolio a esto podría ser que él acepta expresiones “culturales” con origen religioso sólo si “no afirman entidades sobrenaturales”, que es su criterio para considerar a las expresiones “secularizadas” o derechamente seculares. Sin embargo, en su lista de ejemplos para clarificar este punto pone al Viejo Pascuero. Este es un buen caso, ya que se trata de una entidad sobrenatural de origen religioso (Santa Claus) que, aún en la versión más secularizada que se tenga de él, no deja de ser un ente sobrenatural bajo estos parámetros. Otro tanto pasa con duendes, brujas, dragones de La Tirana, seres mitológicos, Pequeñas Gigantes, monstruos marinos, la división del tiempo histórico en antes y después de Cristo, etc. Una buena pregunta es qué pasa con las leyendas populares como las de Pedro Urdemales, que engaña al diablo, o, en el caso de naciones más antiguas que la nuestra, con héroes seculares mitificados hasta lo sobrenatural.Finalmente, tendría serios problemas con el pesebre en particular, ya que en Chile, según las investigaciones disponibles, la mayoría de las personas asocia la Navidad con dos ideas específicas: estar con la familia y el pesebre.

El argumento de Bellolio, entonces, se cae en este punto. No logra generar una distinción nítida y operativa entre “expresiones culturales” y “expresiones religiosas”. Y el criterio de “no afirmación de entidades sobrenaturales” no lo ayuda para nada y resulta, además, totalmente arbitrario.

2) Las alternativas que le quedarían a Bellolio si decide seguir adelante con la aplicación de la “neutralidad” prescindiendo de la distinción cultura / religión serían, entonces: a) Afirmar que el Estado no puede acoger manifestación cultural alguna (para mantener la neutralidad ”real”) o b) Que debe acogerlas todas (bajo el principio de ”inclusión”). Ambas cosas son materialmente imposibles y, en el plano del sentido, un disparate. La tercera solución, obviamente, sería inventar un “credo universal laico” y abolir todas las demás religiones. Algo así como el culto a la razón o las iglesias comptianas. Esta solución pasa de la pretensión de “neutralidad” a la pretensión de “neutralización”.

¿Por qué el razonamiento de Bellolio termina, tomado rigurosamente, en soluciones imposibles, sin sentido o totalitarias? La explicación se encuentra en que ha caído, si le hacemos caso a Hayek, en las trampas de uno de los grandes enemigos del liberalismo: el racionalismo. En efecto, ha pretendido que puede hablarse de lo que ”el Estado debería hacer” desconociendo el hecho de que no existen Estados abstractos, sino situados, y que cada Estado situado está unido a una Nación, que es, según la famosa expresión de Renan, un contrato entre los vivos, los muertos y los que están por nacer; el cual incluye una suma de modos, costumbres, creencias y expresiones que se encuentran cargadas de elementos ”metafísicos”. Cayendo en el racionalismo, Bellolio no puede ver más que salidas constructivistas al problema: un Estado totalmente neutral en cuanto a expresiones religiosas, un Estado que promueva todas las religiones existentes o un Estado que impone un credo inventado con pretensiones universales. Dos soluciones imposibles y una tercera que, al entrar en contacto con la realidad, probablemente le haría enormes violencias, tal como todas las doctrinas racionalistas constructivistas que sufrió el siglo XX.

Que la única salida práctica del problema al que llega Bellolio razonando de modo racionalista sea una totalitaria, sirve perfectamente para ilustrar el por qué pensadores liberales como Friederich Hayek rechazaban este tipo de ejercicios. En efecto, el razonamiento de Bellolio es el mismo que hace un socialista racionalista al plantearse el problema de la igualdad: ya que en la realidad “situada” las personas no son iguales en sentido estricto (“real”, diría Bellolio), la única solución es hacerlas iguales. Y esto justifica, a su vez, intervenciones eugenésicas, etc.

3) En mi opinión, el razonamiento genuinamente liberal no es racionalista ni constructivista, sino situado. Es razonable exigir al Estado que no promueva activamente una religión. Sin embargo, sabemos que todo Estado se asienta sobre una Nación, y que una Nación es un conjunto de creencias, símbolos, expresiones y costumbres que vinculan a distintas generaciones entre sí. El Estado, al reflejar elementos de la identidad nacional, no está, entonces, haciendo una promoción artificial de símbolos y creencias. Muchos de estos elementos, por supuesto, tendrán una raíz religiosa. Tal es el caso del pesebre en un país occidental e hispanoamericano como Chile.

Esto no significa, por supuesto, que la tradición nacional no pueda ser sometida a crítica. Toda expresión que violente los derechos, la dignidad o la integridad de una persona debería ser excluida del catálogo de las expresiones nacionales disponibles por el Estado. Así, por mucho que fuera parte de nuestro acervo cultural realizar sacrificios humanos, habría muy buenos motivos para oponernos a ello. Lo irónico es que estos motivos, si hacemos caso aSpaemann o a Girard, serían expresión de una tradición de pensamiento con raíces religiosas específicamente cristianas.

Ahora bien, el pesebre de La Moneda es un símbolo que es parte de nuestra tradición nacional y que no atenta contra los derechos, la dignidad o la integridad de ninguna persona. De este modo, bienvenido sea.