Columna publicada en Chile B, 23.10.13

El sociólogo Eduardo Galaz ha vuelto a instalar un interesante debate, respecto del grado de compromiso intelectual de Jaime Guzmán con el ”neoliberalismo”. Éste, en el concepto del columnista, corresponde a una visión inmanentista del hombre, que reconoce presente en los escritos de Milton Friedman y Friederich Hayek. El error de Guzmán, según Galaz ha sostenido en sus dos columnas, habría sido acercarse demasiado al ”neoliberalismo”, al punto de traicionar sus propios principios morales y antropológicos. Éstos habrían sido más acordes a la ”economía social de mercado” de los ordoliberales alemanes -a quienes identifica con una ”tercera vía”-, pero no al ”liberalismo inmanentista”.

Francisco Fierro le responde, acertadamente, a mi juicio, que a nivel institucional lo que Guzmán llama capitalismo y el ”ordoliberalismo” presentan más semejanzas que diferencias, y que Guzmán nunca aceptó una antropología inmanentista ni promovió una forma de liberalismo que condujera, en forma previsible, a borrar de su centro la dignidad de la persona humana. Asimismo, Cristián Ugarte intenta reforzar la postura de Galaz aduciendo que Guzmán no habría atendido a la “solidaridad” como un componente importante de los mercados.

Por mi parte, quisiera tratar de ayudar a ilustrar algunos puntos.

1. Creo importante considerar son las circunstancias de la acción política de Guzmán, para no caer en juicios anacrónicos. El país en que despliega esa acción es uno que para nosotros es hoy irreconocible, con tasas de crecimiento económico, analfabetismo, desnutrición y extrema pobreza que hoy resultan inverosímiles, y en un clima de polarización política radical propiciado por la Guerra Fría. Así, una crítica razonable a sus posturas debe ser siempre situada, si lo que busca es criticar a Guzmán en tanto político.

2. La crítica a la ”tercera posición” democratacristiana que elabora Guzmán no se refiere a la economía social de mercado, tal como se puede apreciar en el texto ”Análisis crítico de la Democracia Cristiana” (”El miedo y otros escritos”, Revista Estudios Públicos N°42, Otoño 1991, pp.462-487). La crítica de Guzmán se refiere al ”comunitarismo” que la DC promovía como utopía económica y que, durante la UP, pasara incluso a llamarse ”comunitarismo socialista” (tal como proclamaban los manuales de la época). Guzmán critica en este comunitarismo el intento de imponer, a la fuerza, una forma elevada de vida en común a toda una sociedad, en lugar de aceptar que la propiedad comunitaria fuera ”una forma más que cabe dentro de las distintas formas de propiedad que pueden competir, en igualdad de condiciones, dentro de una sociedad o dentro de una economía social de mercado”. El resultado de intentar imponerla como forma privilegiada de la propiedad, aseguraba Guzmán, derivaría necesariamente en el colectivismo. En todo caso, Guzmán valora la vida en comunidad, y la compara con el celibato religioso, afirmando que es un error ”convertir un ideal moral al que están llamados algunos pocos, en un programa político válido para aplicarse -y hasta para imponerse- a todos (…) ahí pasamos del ideal a la utopía”.

Así, Guzmán aclara el punto que genera dudas a Galaz, afirmando que ”no hay más que dos alternativas básicas de sistema económico (…) o uno (llamado capitalista) que se funda en la propiedad privada de los medios de producción, en la iniciativa particular como motor básico del desarrollo y en la coexistencia de la empresa libremente estructurada por sus impulsores y que actúen en un marco de igualdad jurídica y competitiva donde ciertamente no prevalecerán las empresas comunitarias, o bien otro sistema básico que es el colectivismo, con propiedad estatal de los medios de producción y una economía centralmente planificada (…) podrá haber -y ciertamente las hay- muchas variantes de estos dos sistemas básicos (…) pero lo que no existe ni es viable es la tercera posición de una sociedad comunitaria”.

3. Guzmán nunca aceptó las ideas ni la antropología de Friedman. Leyó a Hayek, que es bastante distinto de Friedman, y asumió varias de sus ideas, pero siempre matizando, justamente, las concepciones que podían entrar en tensión con la Doctrina Social de la Iglesia y la antropología cristiana. Así, defendió la existencia de salarios mínimos (este punto lo debate directamente con Hayek cuando el economista visita Chile), impulsó la idea de subsidiariedad del estado en todos los ámbitos, ”la acción estatal redistributiva para derrotar la extrema pobreza” y ”un desarrollo económico al servicio de un desarrollo integral del hombre”. Ahora bien, es cierto que esto lo acercó a las posturas del ”capitalismo democrático” propuestas por Michael Novak, antes que a la lectura detallada de Röepke o Müller-Armack. De hecho, una vez que los democratacristianos abandonaron el ”comunitarismo socialista” y comenzaron a promover la ”economía social de mercado” como crítica al sistema económico chileno, Guzmán fue muy duro con ellos, señalando que siempre abogaban por ”correctivos difusos, que nunca son capaces de precisar”, crítica que, creo, también vale en este caso para Galaz y Ugarte, al menos hasta el momento.

4. La idea de la institucionalidad guzmaniana es radicalmente anti-inmanentista. Este es justamente el tema que llevo un buen tiempo estudiando para una próxima publicación más extensa: da la impresión de que Guzmán ve en la historia un movimiento pendular del poder en el cual las instituciones arbitrarias creadas para privilegiar a un bando siempre son finalmente utilizadas en su contra por otro, tendencia que va generando una escalada a los extremos que termina en la violencia. Por esta razón, separa radicalmente el ”tablero de juego”, de las piezas de juego y de sus preferencias respecto a las piezas, y opta por un tablero de juego liberal, cuyas reglas son puramente procedimentales. Ese tablero, a su vez, es reforzado y constreñido mediante una serie de mecanismos que eviten la posibilidad del uso arbitrario del poder político o la generación de instituciones arbitrarias creadas para privilegiar a un bando. Éstas son justamente las que hoy cierta izquierda señala como ”trampas”, en la medida en que no les permite utilizar arbitrariamente el poder para cualquier cosa al amparo de mayorías contingentes, obligándolos a buscar acuerdos moderados con mayorías más amplias, en las áreas que resultan particularmente delicadas y relevantes para el orden social. La postura del fundador del gremialismo a favor de proscribir el comunismo y las ideologías totalitarias, difícil de entender fuera del marco de la Guerra Fría, va en esta misma línea: no dejar jugar a nadie cuyo único objetivo político sea patear el tablero.

Guzmán, obviamente, tiene preferencias respecto al bando que apoya en el juego del tablero, pero considera que toda arbitrariedad a su favor luego podría revertirse. Es por esto que es radicalmente anti-inmanentista: asume que no habrá redención inmanente, sino que momentos en que prevalezca el bien y momentos en que prevalezca el mal, lo que estará condicionado, finalmente, por la libertad y la responsabilidad humanas. Así, aspira a un orden razonable, que limite los daños cuando prime el mal y permita a quienes quieran hacer el bien desplegarse libremente, pero que no asegura en absoluto un resultado específico. Por eso Guzmán atribuía, probablemente, tanta importancia a la promoción del compromiso con el servicio público, entendiendo que de ninguna manera estaba asegurado el correcto funcionamiento del país si los mejores no querían participar de él.

En definitiva, no parece ser justa la evaluación que Galaz y Ugarte hacen del pensamiento de Jaime Guzmán, pues carece de los suficientes matices y cae, ciertamente, en anacronismos. Asimismo, su intento de mostrar el liberalismo y la economía social de mercado como posturas inconmensurables y opuestas utilizando para eso a Guzmán es bastante ficticio y forzado. Sin embargo, y más allá de eso, tienen mucha razón, creo, en apuntar hacia una evaluación crítica de la validez de los razonamientos de Guzmán, del resultado que algunos tuvieron y de la forma en que los que se proclaman seguidores de Guzmán los han aplicado después de su muerte, pues no son dogmas de fe, sino los pensamientos de un líder político particularmente inteligente y hábil en un contexto histórico determinado, que no es ya el nuestro. Este ejercicio crítico, ponderado y profundo, me parece no sólo importante, sino que urgente, pues Guzmán debe ser rescatado de la rústica adoración o difamación a la que su figura está sometida hoy en día, y evaluado con justicia, para tomar lo bueno, rechazar lo malo, y seguir adelante.