Columna publicada en diario Pulso, 11.09.13

 

El debate sobre los 40 años del golpe de Estado ha producido un torrente de eslóganes mediáticos, que en muchos sentidos parecen orientados a intentar manipular electoralmente esta fecha. El espectáculo a ratos ha sido triste y polarizador, y ello podría conducir a perder los matices y olvidar que en este tipo de conmemoraciones lo que más necesitamos es reflexión serena. El problema, sin embargo, es que muchos políticos se benefician, en alguna medida, de convertir cada elección en una parodia del plebiscito de 1988, y por ello no faltan quienes ponen intereses pequeños por sobre una visión de largo plazo.

Para no caer en esta trampa odiosa, es necesario tomar distancia reflexiva de la pequeñez del debate coyuntural, y buscar puntos de observación más elevados que los que nuestra clase política ha promovido durante estos días. Para ello, el camino más acertado es la lectura.

La oferta editorial para tomarse en serio el 11 de septiembre de 1973 es muy variada y ha presentado hitos importantes durante este último mes: primero fue el lanzamiento del libro “Las voces de la reconciliación”, editado por el ex presidente y ex senador del Partido Socialista Ricardo Núñez y por el ex presidente y senador de la UDI Hernán Larraín, quienes reunieron a una amplia gama de políticos, intelectuales y figuras institucionales para evaluar el estado de la reconciliación en nuestro país. Luego vino el lanzamiento del libro del historiador Joaquín Fermandois, “La revolución inconclusa: la izquierda chilena y el gobierno de la Unidad Popular”, donde su autor analiza rigurosamente la trayectoria de la izquierda chilena hasta el 11 de septiembre mismo. Finalmente, acaba de reeditarse “El quiebre de la democracia en Chile”, de Arturo Valenzuela, que sigue siendo, luego de más de 30 años, uno de los mejores análisis del proceso de disolución institucional que destruyó nuestra democracia.

Además de esos libros, hay dos artículos sociológicos que permiten expandir notablemente la perspectiva respecto del gobierno de Salvador Allende. El primero se titula “La experiencia nacional-popular” y fue escrito por Eduardo Valenzuela en 1991, apareciendo en el número 20 de la excelente revista Proposiciones, de la editorial Sur. En este artículo, Valenzuela enmarca el gobierno de Allende en la tradición de los populismos latinoamericanos. El autor logra profundizar en el concepto mismo del “pueblo” y explica, a partir de ahí, el conflicto entre la izquierda ilustrada maximalista y el gobierno de la Unidad Popular, que termina siendo abandonado por el propio partido del presidente.

El segundo artículo es “Populismo y radicalismo político durante el gobierno de la Unidad Popular”, escrito por Carlos Cousiño y publicado por la revista Estudios Públicos del CEP en su número 82 el año 2001. En este escrito, Cousiño repasa las cifras del desarrollo del país de las dos décadas anteriores al colapso político, donde explica cómo la suma de demandas populistas insatisfechas, surgidas de la extrema pobreza urbana y producida por la migración campo-ciudad, agregado el radicalismo político juvenil facilitado por la total superioridad numérica de los jóvenes (unido al ejemplo de la revolución cubana), fueron perfilando una tragedia que ningún político logró enfrentar con grandeza, por lo que terminó naufragando el sistema institucional en su conjunto.

Ambos textos -disponibles en internet de forma gratuita- tienen la virtud de hacernos chocar sin las anestesias de la “memoria” con la realidad histórica. Nos permiten comparar la situación actual de Chile y la del pasado, resaltando las enormes diferencias que hay entre un país moderno y el Chile pobre, semi-rural y atrasado de los años ‘60 y ‘70, pero también los elementos que permanecen y que nos advierten de las consecuencias de no hacer reformas a tiempo.

Además, los autores tienen la gracia de hacernos enfrentar la distorsión de las perspectivas de elite que hoy conocemos como “izquierda” y “derecha”, el voluntarismo ilustrado de unos y la autocomplacencia reaccionaria de otros, y de situar el debate político en América Latina y su historia y cultura, evitando así una tentación que se mantiene hasta hoy: pensar que lo que resulta de algún modo en Estados Unidos o Finlandia debería resultar de igual manera en Chile. De paso, así, se pone en entredicho esa arraigada autocomprensión de país excepcional, ajeno a nuestro continente.

Leer y reflexionar, entonces, es lo que tenemos que hacer para alejarnos del pensamiento en cuñas de twitter y del periodismo mediocre twitterizado, que en vez de ayudarnos a levantar la vista, nos la hunde en el barro. Leer y reflexionar como gesto de civilización y como compromiso que declara a las generaciones pasadas, presentes y futuras, que la historia de Chile ni ha terminado ni ha sido en vano. Leer y reflexionar, también, como auto-crítica de la propia memoria y como apertura al otro que vimos como adversario y hasta como enemigo. Leer y reflexionar, finalmente, para no aislarnos en la estrechez de nuestra mirada, para conversar, para escribir, para compartir, para motivar a otros, de modo que la posteridad sepa, como dijera el teólogo Richard Hooker, que “no hemos permitido irresponsablemente mediante el silencio, que las cosas pasaran como en un sueño” y que, por eso -exclusivamente por eso-, aún tenemos patria.