Columna publicada en diario La Tercera, 7.08.13

 

Si acaso es cierto que los movimientos sociales del 2011 marcaron un cambio de ciclo político, entonces es innegable que tenemos la tarea urgente de darle a ese fenómeno una articulación, capaz de dar cuenta del malestar ciudadano que se dejó ver en aquellas protestas. Tal es precisamente la ambición de El otro modelo, libro firmado por Atria, Benavente, Couso, Joignant y Larraín. Ellos ofrecen una narrativa del nuevo Chile, algo así como las bases para un auténtico programa político de izquierda.

El diagnóstico que orienta el trabajo es el siguiente: la hegemonía neoliberal que ha dominado durante los últimos decenios nos ha hecho ciegos al fenómeno de “lo público”. Sólo seríamos capaces de ver la dimensión privada de los problemas y de las soluciones. En esa lógica, el malestar de Chile se explicaría por un grave déficit de lo público, inducido por un liberalismo económico exacerbado. Aunque el diagnóstico tiene bastante de caricatura, no es completamente errado. Hay una lógica economicista que, llevada al extremo, puede corroer las bases de nuestra convivencia. Los problemas vienen luego, cuando los autores proponen cómo querrían hacer emerger lo público.

La tesis central, me parece, es que entre el régimen de lo público y el régimen neoliberal no habría ruptura, sino continuidad. En ese sentido, el libro aplica una estricta lógica marxista: no se trata de negar el neoliberalismo, sino de asumirlo para superarlo. Es la ilusión progresista de todos los hijos de Hegel. Con todo, la trampa hegeliana es mortal, y los autores quedan cazados en ella porque piensan todos nuestros problemas en términos exclusivamente institucionales. Tanto es así, que niegan sistemáticamente la presencia de cualquier componente moral, al punto de que uno puede preguntarse si las leyes son un instrumento suficiente para provocar un cambio como el sugerido en el libro.

En efecto, el problema de los autores es que pierden de vista las motivaciones humanas (que siempre tienen una dimensión moral). Suponer que basta con resideñar únicamente desde arriba, para generar motivos de acción que respondan al paradigma de lo público, es una ilusión un poco vana. Sólo una ilusión así puede pretender crear lo público a partir de un constructivismo a lo menos extraño (cuya ilustración más delirante es la propuesta de virtuales campos de reeducación política dirigidos por monitores, p. 106).

Así, olvidan que su propuesta carece de cualquier factibilidad en ausencia de lazos humanos reales. Los autores no lo ven, porque les fascina el carácter liberador del mercado, en cuanto rompe las tradiciones y los vínculos no consentidos. Para intentar salvar la dificultad, el libro se refugia en la lógica de los derechos sociales, como si lo jurídico pudiera recrear artificialmente esos lazos que la radicalización del mercado, que ellos propugnan, tiende a eliminar. El mundo de El otro modelo es un mundo frío e impersonal, porque es incapaz de pensar lo público desde una perspectiva auténticamente política, prefiriendo siempre la lógica jurídica. En esa lógica, el régimen de lo público terminará inevitablemente siendo el régimen del Estado. ¿Algo así como una nueva utopía?