Columna publicada en diario El Mostrador, 26.08.13

La reciente polémica en torno a Juan Emilio Cheyre muestra cuán vivos siguen nuestros peores fantasmas. Aunque estamos ad portas de cumplir 40 años del 11 de septiembre de 1973, nos cuesta, y mucho, conversar serenamente sobre el pasado. De hecho, si frente a cualquier situación más o menos vinculada al golpe de Estado, alguien afirma que es importante considerar el contexto o los antecedentes de lo ocurrido, inmediatamente se ve en la necesidad de aclarar que no busca excusar en alguna medida las atrocidades perpetradas. Esto, obviamente, es positivo: no podemos olvidar que en Chile se cometieron actos brutales que, independiente de las circunstancias, no admiten ningún tipo de justificación. Pero la violencia sola y desnuda tiene algo de insuficiente: un régimen democrático como el que tuvo Chile durante gran parte del siglo XX no se arruina en un abrir y cerrar de ojos. Si realmente deseamos honrar a las víctimas, no basta el mero recuerdo, ni tampoco la certeza moral.

Para aprender y sacar lecciones necesitamos algo más que la condena, por imprescindible que ésta sea. Por eso debemos ser honestos con nosotros mismos: para comprender por qué pasó lo que pasó el peor camino es caer en la utópica tentación de borrar la historia —la misma en que últimamente han caído ciertos sectores de la DC, como bien ha denunciado Max Colodro. No existen atajos para enfrentar adecuadamente nuestro pasado reciente: si no queremos que el “nunca más” quede incompleto, es imperativo reflexionar colectivamente y preguntarnos sobre nuestras tareas pendientes. ¿Estamos dispuestos, de lado y lado, a renunciar definitivamente a un uso instrumental de la historia? ¿Nos interesa indagar en las causas de la destrucción de la convivencia nacional? ¿Cuáles fueron las circunstancias que hicieron viable la violencia y la validaron como método de acción política? ¿Cuándo sucedió ello y por qué? ¿Cuánto aprendimos de esto? ¿Rechazamos sin excepciones la violencia política hoy en día? ¿Realmente valoramos el diálogo y las condiciones que lo hacen posible?

Colaborando a la respuesta de estas y otras preguntas, el ex Senador PS Ricardo Núñez y el Senador de la UDI Hernán Larraín editaron conjuntamente el libro “Las voces de la Reconciliación”, al alero del Instituto de Estudios de la Sociedad. Este trabajo colectivo muestra que al menos podemos intentar aprender lecciones compartidas, que de paso dignifican las tareas de verdad, justicia y reparación.

En esta obra participan los ex Presidentes Aylwin, Frei y Lagos, el Presidente Piñera, y también académicos, dirigentes políticos y jóvenes líderes de opinión, todos de diversos sectores, dando un vivo testimonio del espíritu de reconciliación.

Es importante comprender que nuestra sociedad necesita replicar ejercicios como estos, y en distintos niveles. Y no exclusivamente por lo acontecido con Juan Emilio Cheyre. Más que por un asunto del pasado, se trata de un compromiso con el presente.

No sólo porque se acerca un período de elecciones, sino porque durante los últimos años el proceso de modernización seguido por Chile se ha visto expuesto a una severa crítica, en varios casos meramente ideológica, pero en otros tantos más que atendible.

Lo claro es que tenemos muchos debates pendientes y otros que están por venir, y esas discusiones se darán en sede política, por más que nos pese.

Por lo mismo, nos tiene que importar y mucho la calidad de esta actividad cuya desintegración ya conocimos, pero no hemos sabido ni querido explorar del todo bien.

En este sentido, reconciliación y comprensión del pasado constituyen principalmente un desafío actual, que por el futuro de Chile podemos hacer cualquier cosa, menos ignorar.