Columna publicada en diario El Mostrador, 9.03.13

Hay personas que se convierten en personajes de la historia. Así, el Che Guevara no es percibido sino como un símbolo de “la revolución”. Churchill o Kennedy son figuras que remiten a hombres de Estado que, con sabiduría y experiencia, supieron abordar y superar las dificultades propias de su época. Para la opinión pública y la cultura de masas, aquellas figuras son útiles para construir mitos; los mitos, a su vez, son un inmenso abono para diversas causas, y con ellos puede crecer el entusiasmo y el compromiso que se tiene con ellas. Como una caricatura, se utilizan sus aspectos más prototípicos y se resaltan con un fin determinado. Venezuela también tiene su propio mito: Hugo Chávez.

El comandante supo desarrollar un culto a la personalidad donde la patria, la historia y la gente giraban alrededor de su figura mesiánica. Con su muerte, el chavismo se enfrenta a una disyuntiva que definirá el uso político que se le dará a su figura.

En Venezuela serán múltiples las alternativas en que su figura puede ser utilizada. Su muerte es un enorme golpe para sus partidarios, quienes pueden, empero, sacar enorme provecho de él. El envejecimiento de una persona puede tener como nefasta consecuencia el desgaste del personaje. No hay más que mirar a Fidel Castro. Su figura ya no remite inmediatamente al guerrillero revolucionario que logró derrocar la dictadura de Batista hace más de cincuenta años, sino que señala directamente a un régimen atornillado en el poder.

El Che Guevara –viendo fortuna en su desgracia– tuvo la suerte de morir joven. En el caso de haber envejecido con el régimen, probablemente no tendríamos su rostro estampado en miles de poleras y calcomanías, sino que veríamos a un político desgastado, duro y algo senil debido a los vaivenes de su vida.

La pugna entre Maduro y Cabello parece resuelta. El brazo político del régimen venció silenciosamente al militar, y los primeros son quienes tienen la palabra. Si quieren conservar el poder, lo que deberán hacer es, luego de llorar al líder, aprovechar el enorme capital político que deja su muerte. No hay nada mejor que un mito para eliminar las pugnas internas. Pero el mito no dura para siempre ni asegura incondicionalidad. Lo dice Roland Barthes: “Lo que se espera de él es un efecto inmediato. Poco importa si el mito es después desmontado; se presume que su acción es más fuerte que las explicaciones racionales que pueden desmentirlo un poco más tarde”. La acusación de Maduro señalando que la enfermedad de Chávez fue causada por sus enemigos va en esa línea. Busca seguir añadiendo aspectos mesiánicos al hombre que creó la Venezuela contemporánea. Aquella que vive su revolución del brazo de Bolívar y que busca un desarrollo donde no haya más pobreza ni enfermedad.

Todo mito se basa en un mecanismo que esconde la realidad. Utiliza de manera intencional sólo una parte de ella y naturaliza ciertos elementos que tienen poco de naturales. Resulta muy peligroso cuando la historia se escribe por medio de mitos, ya que no se analizan en profundidad los procesos y sus consecuencias, sino que se escriben discursos donde pesan más las imágenes y las gestas heroicas. Sólo hay una caricaturización positiva y negativa, como si ser parte de la historia fuera un incondicional fanatismo futbolero. Con la muerte de Chávez, está el peligro de quedarse con su revolución y no ver en ella el atropello a las libertades y la concentración del poder. José Miguel Vivanco, de Human Right Watch, bien señaló algunos de los casos que tienen en observación al gobierno del comandante.

Será necesario para los venezolanos analizar los vaivenes de estos últimos catorce años, profundizar en sus causas y analizar sus alcances. Así como luego de las dictaduras latinoamericanas de los setenta y ochenta se instauraron distintas comisiones de verdad, Venezuela podría necesitar un organismo que, representando ampliamente a la sociedad, sea capaz de medir el impacto de un gobierno que, siendo formalmente democrático, hizo y deshizo al antojo del personaje Chávez. Sin el comandante en el poder, Venezuela tiene la oportunidad de escribir una historia donde ya no primen los personalismos y populismos, sino una democracia donde se respete al adversario y las diferencias políticas.