Columna publicada en diario La Segunda, 15.12.2012

 

Foto: Radio Santo Tomás

A pesar de que nadie -ni siquiera la inconmovible Margot Honecker- ha sido capaz todavía de nombrar uno solo de los supuestos aportes del Partido Comunista a nuestra república, Michelle Bachelet se sumó a esta cantinela en la carta de felicitaciones que envió a la celebración de los 100 años de la organización. Años que, en estricto rigor, no suman más que 90, desde que el Partido Obrero Socialista cambió su nombre a Partido Comunista de Chile en 1922, dos años antes de que Luis Emilio Recabarren, profundamente impactado y desilusionado de lo que había visto en su viaje a la naciente Unión Soviética, precido a lo que se ve hoy en Cuba o Norcorea, apareciera muerto en extrañas circunstancias que finalmente se calificaron como suicidio.

Además de felicitaciones y loas, Bachelet se refiere en su carta a “un acuerdo amplio de las fuerzas democráticas, que también dio frutos en la reciente elección municipal” para dar a entender que, hoy por hoy, el Partido Comunista (que jamás ha visto la democracia “burguesa” como reglas del juego que deban ser necesariamente respetadas si las condiciones permiten lo contrario) y la Concertación, sea lo que sea, tienen intereses comunes y deberían actuar como socios.

El texto de la ex Presidenta, como los anteriores -aunque en menor medida- generó una ola de especulación oracular sobre lo que Bachelet realmente quería decir con sus palabras.

Las preguntas que esta extraña situación genera son principalmente en dos: ¿Cuál será el grado de ingerencia del partido y la ideología comunista en la próximo proyecto de gobierno de la Concertación? Y, ¿es la Concertación hoy algo más que un grupo de exégetas de una probable candidata, desesperados por volver al poder?

La segunda pregunta es más de fondo y engloba la respuesta a la primera: la Concertación representó la renovación intelectual de la izquierda chilena y su compromiso irrestricto, en forma y fondo, con la democracia y los derechos humanos, elementos que no ocupaban lugares demasiado destacados en las antiguas formulaciones políticas del sector.

Esta rearticulación se dió intelectualmente al alero del derrumbe del comunismo soviético y de la renovación de las izquierdas europeas y su nueva bandera de lucha: los Estados de bienestar, los mismos que hoy, especialmente en sus versiones latinas, parecen estar condenados a no subsistir luego de que una o dos generaciones comprometieran y malgastaran la riqueza de quienes vendrían después de ellos.

La Concertación parece no haber tomado muy en serio el cuestionamiento profundo que sufre el proyecto político de los Estados de bienestar, que ellos habían hecho propio. Así, muchos hablan como si lo que hubiera ocurrido en España con el gobierno de Zapatero, el que fuera por años el gurú de buena parte de nuestra izquierda democrática, no constituyera un fracaso rotundo de la aplicación de las mismas promesas que ellos hacían en nuestras elecciones locales.

Puesto así el escenario, preguntarse por cuáles son las ideas, principios y propuestas de fondo que unen a la Concertación, y, de paso, cuánto espacio dejarán en ellas a un partido con escaso compromiso ideológico con la democracia como el comunista, debería ser la gran pregunta de quienes sienten afinidad con nuestros referentes socialdemócratas.